Ana Teresa López de Llergo
Pablo VI sufrió muchísimo porque vislumbró el desfiladero al que la humanidad se dirigía. Puso todos los medios para prevenir, pero había muchos intereses que se ocuparon en minimizar las predicciones que estorbaban a sus planes. Y, desgraciadamente, los católicos fuimos tibios y muy miopes.
Hoy, cincuenta años después de la promulgación de la Encíclica Humanae vitae, el 25 de julio de 1968, podemos confirmar que se hicieron realidad las cuatro advertencias que el Papa señaló en el número 17.
Las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad, en primera instancia, propiciará a) el camino fácil y amplio de la infidelidad conyugal; cuya consecuencia es b) la degradación general de la moralidad.
Además, si el hombre se habitúa a las prácticas anticonceptivas c) perderá el respeto por la mujer, despreocupándose de su equilibrio físico y psicológico, llegando a verla como instrumento de disfrute egoísta, ya no como compañera respetada y amada.
Todo esto, utilizado por autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales, d) puede ser un arma para imponer los métodos anticonceptivos que juzguen más eficaces para resolver problemas de la comunidad.
Más aún, el feminismo recalcitrante ha llevado a perder el respeto por el varón, de manera que tampoco se le ve como compañero respetado y amado.
Las manifestaciones que contemplamos
La infidelidad conyugal es una noticia que se publica a los cuatro vientos, como son la permisividad de las relaciones sexuales sin riesgo, o la solución que ofrece el divorcio para declararse en estado de soltería y en búsqueda de nuevo “amor”.
Todo esto degrada la moral porque anestesia las conciencias e induce a reproducir estas conductas. Además, surgen planteamientos que debilitan las virtudes, es el caso del “derecho a disfrutar de la sexualidad”.
El disfrute egoísta huye de la responsabilidad frente a la existencia de la prole, de manera que se aplican medidas preventivas, pero si éstas fallan, no hay inconveniente en optar por el aborto. Y crece la degradación. Pero aún hay más: el orden se ha trastocado y el aborto ya es un derecho, y un modo de “ayudar a la mujer”.
Las políticas públicas facilitan el divorcio, el aborto, promueven métodos anticonceptivos, y sobre todo, el sistema educativo promueve la permisividad sexual desde las aulas. ¿Fue visionario el santo Papa Pablo VI?
Lo que hemos desdibujado los católicos
Hemos debilitado la fe en la Iglesia como maestra de humanidad y, concretamente en la infalibilidad del magisterio del Romano Pontífice.
El individualismo nos ha llevado a tener una postura social tan igualitaria que ya no admitimos jerarquías ni autoridades. Por eso, la opinión es lo que nos mueve, y ella, facilita tomar partido por lo que acomoda, ya no por la verdad ni por el bien objetivos.
En un reciente libro del padre Paweł Stanisław Gałuszka, titulado Karol Wojtyła y la Humanae Vitae, se incluye una carta que el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, escribe a Pablo VI en 1969.
En esa carta, agradece al Papa el regalo de la Humanae vitae, y le sugiere la redacción de una Instrucción Pastoral –que nunca se realizó– con el fin de facilitar a los pastores y a los cónyuges la asimilación y aplicación de la Encíclica.
Entre las certeras observaciones que Wojtyla expone, hay dos que nos vienen muy bien. “Desafiar la doctrina moral de la Iglesia, en un campo tan importante como el que trata la encíclica, puede ser una ocasión que da lugar a un proceso mucho más amplio de desafiar a otros elementos de la fe y las prácticas cristianas”.
Por eso, si los católicos deseamos conservar íntegra la fe –nuestras creencias– y las prácticas cristianas –nuestra moral–, hemos de aceptar como un auténtico bien, toda la orientación que da la Encíclica a la sexualidad humana.
El siguiente texto es contundente: “La encíclica Humanae vitae no es un documento solemne de enseñanza ex cathedra; por lo tanto, no contiene ninguna definición dogmática. Sin embargo, dado que es un documento de la enseñanza ordinaria del Papa, tiene un carácter infalible e irrevocable. (…) El Santo Padre afirma que la enseñanza de la Iglesia sobre la regulación de los nacimientos no hace más que ‘promulgar la ley divina’ (Humanae vitae, n. 20). Dirigiéndose a los cónyuges, el Papa habla en nombre de la Iglesia, que proclama “las exigencias imprescriptibles de la ley divina” (Humanae vitae, n. 25).”
Más claro imposible: lo que la Iglesia dice sobre la natalidad, explica lo que Dios nos pide y, el magisterio del Papa es infalible e irrevocable. Esto quiere decir: sin error, y por lo tanto no necesita rectificarse.
Por lo tanto, toda Encíclica es un regalo para los hombres de buena voluntad.
Fuente: Signis
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