La fuente del entendimiento está en el significado compartido. La vida buena solo se puede lograr como fruto de haber entendido. La vida personal y social es fruto de comprendernos y aprehendernos. En ese proceso la palabra, el lenguaje, la comunicación y la relación dialógica hacen posible que la vida se desarrolle, crezca y genere riqueza para los demás, para todos. Con estos postulados examinaremos aquí, y en sucesivos artículos, la calidad de la comunicación, los requisitos del diálogo y la primacía fundante del amor en las relaciones entre personas.
Hablar es emitir palabras. Así se dice que ciertas aves hablan, porque emiten sonidos que imitan palabras. Y a veces pudiera dar la impresión de que contestan. Ahí no hay conversación. No hay diálogo, porque falta la intencionalidad.
Hablar es un acto individual por el que nos ejercitamos en el lenguaje, eligiendo determinados signos a través de su realización oral o escrita. De ahí la importancia de poseer un lenguaje poderoso, que nos haga posible seleccionar los vocablos que traducen nuestros pensamientos, disposiciones e intenciones.
Hablar nos lleva a emitir sonidos inteligentes, entendibles, inteligibles. Supone una comunicación, que va más allá de lo unidireccional: llegamos a nuestro interlocutor como noticia, que al ser percibida puede generar una respuesta. Así queda establecida la comunicación recíproca.
Hay comunicaciones que no suponen la involucración. Se trata más bien de la transmisión de orden, criterios o demandas. Son emisiones meramente formales, codificadas, estructuradas de forma impositiva. Se generan instrucciones, requerimientos, noticias. Son comunicaciones pragmáticas, funcionales, convencionales. Se trata de dar el parte, demanera cuasi-castrense. Es información disciplinada o sobre la disciplina.
Son los denominados avisos -que llegan de múltiples maneras- se anuncian por los altoparlantes, se distribuyen por memoranda, se envían como rescriptos a través de notas, mails o whatsapp. Se trata de las cosas que están indicadas, de los formalismos que hay que cumplir.
Saludar de una determinada forma, observar reglas para dirigirse a los demás, cumplir con disposiciones externas y estructuradoras. Cuasi-algoritmos que exigen respuestas pagadas. Conversaciones de acuse y recibo. Una especie de chat impersonal, que registra intervenciones.
En las organizaciones, en las instituciones, en las comunidades no solo sociales sino religiosas, incluso en los matrimonios y desde luego en las familias se habla, tal vez hasta se discute, pero muchas veces de una manera externa, superficial, que supone más el intercambio de informaciones en las cadenas de mando, que la comunicación que involucra al otro o a la otra, y le valora.
Un matrimonio, una familia, una organización, una comunidad religiosa en la que se habla, pero en la que nadie escucha están condenadas a vivir de la apariencia, se instalan en los rituales y formalismos, se esclerotizan e impiden la vitalidad de sus miembros y del conjunto.
Resulta sorprendente que en las organizaciones, en las fraternidades, en los matrimonios o en las familias se hable de lo que sucede en el entorno, de los acontecimientos, del clima o de los problemas sociales, políticos y económicos, pero no se hable de lo principal: los acontecimientos de la familia, de la organización, de la empresa, de la comunidad y lo más importante de las cosas que marcan la vida de las personas.
Lo peor vienen cuando la rutina, las susceptibilidades, las rencillas que surgen de muchos pequeños roces llevan a sus miembros a evitar escucharse, a generar telones de acero tras los cuales parapetarse, a buscar o decretar el ostracismo que hunde en la espiral del silencio, y las palabras negativas e hirientes.
No cualquier hablar es comunicación o entendimiento mutuo, ni mucho menos diálogo. Al hablar manifestamos pensamientos, sentimientos, deseos, carencias, requerimientos y órdenes. La emisión de esos contenidos no significa necesariamente una comunicación enriquecedora. Para hacerla realidad necesitamos de otros elementos, a los que nos referiremos en las entregas sucesivas: diálogo, acompañamiento entre personas, construcción de vínculos.
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