Santa Judit es una heroína del Antiguo Testamento que confió en Dios y liberó a Israel del asedio enemigo.
Cuando todo parecía perdido y la ciudad agonizaba sin agua, nadie imaginaba que la salvación no vendría de un ejército ni de una estrategia militar, sino de una viuda en oración. Judit, una mujer piadosa y valiente, se atrevió a hacer lo impensable: salir sola al campamento enemigo confiando únicamente en Dios. Su gesto cambiaría para siempre el destino de Israel y la convertiría en una de las grandes heroínas bíblicas.
El 30 de diciembre, la Iglesia recuerda a Santa Judit, figura del Antiguo Testamento cuyo testimonio sigue proclamando que la fe, cuando se vive con audacia, puede derrotar incluso a los enemigos más poderosos.
El libro de Judit, en el Antiguo Testamento, narra la historia de una mujer extraordinaria que salvó al pueblo de Israel de la destrucción. Judit no fue una guerrera en el sentido tradicional, sino una viuda fiel, profundamente creyente, que se convirtió en instrumento de liberación al poner su confianza total en Dios.
En aquel tiempo, Nabucodonosor, rey de Babilonia, envió a su general Holofernes con un ejército imponente —según la narración, de más de 120 mil hombres— para someter a los pueblos que se resistían a su dominio. Entre ellos estaba Betulia, ciudad clave para el acceso a Jerusalén
Ante la amenaza, Israel recurrió a la oración y a los sacrificios en el Templo, suplicando la ayuda divina. Durante una reunión militar, Ajior, jefe de los amonitas, advirtió a Holofernes que Israel solo podía ser vencido si se apartaba de su Dios. La advertencia enfureció al general, quien ordenó expulsar a Ajior y decidió conquistar Betulia por medio del hambre y la sed, bloqueando los caminos y las fuentes de agua.
Tras 33 días de asedio, la ciudad quedó sin agua. El pueblo, debilitado y desesperado, exigió rendirse. El sacerdote Ozías pidió esperar cinco días más antes de tomar una decisión definitiva, confiando aún en la intervención de Dios.
Fue entonces cuando apareció Judit, una viuda que llevaba tres años entregada al ayuno, la oración y la caridad. La Escritura la describe como una mujer hermosa, prudente y de conducta intachable. Con firmeza, reprendió a los jefes del pueblo y les aseguró que Dios no los había abandonado. Incluso anunció que realizaría una acción que sería recordada por generaciones.
Después de orar intensamente, Judit se vistió con sus mejores ropas y joyas y, acompañada de su criada, salió de la ciudad rumbo al campamento enemigo. Logró entrevistarse con Holofernes, quien quedó cautivado por su belleza. Judit pidió permiso para permanecer algunos días en el campamento y salir cada madrugada a orar, lo cual le fue concedido.
Holofernes organizó un banquete en su honor y, embriagado por el vino y fascinado por Judit, terminó quedándose a solas con ella. Entonces, Judit invocó la fortaleza de Dios y, tomando la espada del general, le cortó la cabeza. La colocó en un costal y, sin levantar sospechas, regresó a Betulia aprovechando que los guardias la dejaban salir durante la noche.
Al llegar a la ciudad, Judit mostró la cabeza de Holofernes a Ozías y a los jefes del pueblo. El pueblo recobró el ánimo y, al amanecer, cuando el ejército enemigo descubrió la muerte de su general, huyó en desbandada, dejando libre a Betulia y abandonando grandes riquezas.
El sumo sacerdote de Jerusalén y los ancianos de Israel proclamaron a Judit gloria de Jerusalén y orgullo de Israel. Ella respondió con un canto de acción de gracias, reconociendo que solo Dios es capaz de detener las guerras y salvar a su pueblo.
Judit vivió hasta edad avanzada, nunca volvió a casarse y repartió sus bienes entre los pobres. Su historia quedó como testimonio de que la fe vivida con valentía puede cambiar el curso de la historia, incluso en los momentos más oscuros.
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