Protección a menores

Podrías estar sufriendo el síndrome del hechizo sin darte cuenta

Más de una vez he tenido que escuchar el cuestionamiento que mucha gente hace sobre por qué las víctimas permitieron que el abuso se extendiera durante tantos años, siendo ya adultos. Conozco religiosas que, siendo novicias, comenzaron a sufrir abusos que luego se extendieron por muchos años. Muchos, autoridades eclesiásticas incluidas, dicen: “Si realmente fuera víctima de abusos, ¿por qué no denunció antes? ¿Por qué no lo frenó? ¿No será más bien que se enamoró?, etc.”

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Con las víctimas del sacerdote chileno Fernando Karadima, pasa parecido. Recuerdo el caso de Hamilton. Sufrió su primer abuso sexual a los 17 años y la relación abusiva se extendió durante años. Karadima bendijo su matrimonio, bautizó a sus hijos y estaba muy presente en su vida familiar. Dicen: “Si hubiera sido una víctima habría salido corriendo…” O peor aún: “¿No será que en el fondo es gay o bisexual?” ¡Hay que escuchar cada barbaridad! ¡Es tan fácil y gratuito desacreditar a las víctimas!

Quienes así razonan hablan desde una profunda ignorancia. No conocen la diferencia entre sometimiento y consentimiento. No han oído hablar de lo que los expertos denominan como síndrome del hechizo. Otros lo llaman “proceso de vampirización”. Consiste en la dinámica progresiva de seducción en la que el abusador va conquistando sutilmente la confianza de su víctima hasta lograr hacerlas totalmente dependientes de él. El resultado es la sumisión incondicional y ciega hacia el agresor. Es como un lavado de cerebro en el que el agresor alterna la ternura y la agresividad, la gratificación y las amenazas veladas.

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Lo terrible es que la mayoría de las veces, las personas así manipuladas, no son conscientes de estar siéndolo, e incluso pueden tener sensación de libertad, cuando en realidad están como hechizadas y cautivas en una relación abusiva de la que no saben cómo salir. Es una experiencia de honda impotencia. Entonces, cuando la víctima ya no puede imaginar ninguna salida, ha fracasado en sus intentos de lucha y la huida ya no son una opción, la SUMISIÓN aparece como la única y terrible manera de sobrevivir. Hamilton lo expresa muy bien en su propio testimonio: «Hay un momento en el que estás tan desorientado y tienes tanto odio hacia ti mismo, que todo te da igual…  te sientes basura… que te use…»

Lo que define la vivencia interior de la víctima es una mezcla de miedo, vergüenza, culpabilidad, odio, que la sumerge en una extrema confusión. Esta sumisión no tiene nada que ver con conceder ningún tipo de legitimización al abuso que se está sufriendo o de complicidad. Esta experiencia de bajar los brazos, de rendición, es al final una respuesta adaptativa de supervivencia. ¡Ya les hubiera gustado haber salido corriendo, haberse librado mucho antes de las garras de su abusador, y haberse ahorrado tantos años de sufrimiento y cautividad!

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Si no entendemos esto, revictimizaremos a los supervivientes, no los creeremos ni reconoceremos como víctimas, y por lo tanto, no honraremos su dolor ni nos preocuparemos de satisfacer su hambre y sed de justicia, verdad y reparación.

Sobre el autor:

El padre Luis Alfonso Zamorano es Docente del Diplomado en Safeguarding de la Pontificia Università Gregoriana

P. Luis Alfonso Zamorano

Docente del Diplomado en Safeguarding de la Pontificia Università Gregoriana. Acompañante espiritual de víctimas de violencia sexual.

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