Hacer bien nuestras tareas y a la vez aprender a descansar es importante en nuestra vida de fe.
Sofía tiene 14 años y pasa cuatro horas diarias en redes sociales «gratuitas», dando sí a todas las «cookies» que le permiten navegar por internet. Cada día ve chicas más bonitas, vidas más perfectas, gente que siempre sonríe. Se compara constantemente, se siente insuficiente, menos atractiva.
Sin saberlo, cada pausa en fotos de cuerpos «perfectos», cada búsqueda sobre dietas, cada momento de tristeza al ver la felicidad ajena, alimenta algoritmos que mapean sus inseguridades más profundas. Los datos de Sofía se vuelven valiosos: «adolescente insegura, vulnerable a productos de belleza, susceptible a contenido sobre imagen corporal».
Su perfil emocional se vende a empresas de cosméticos, clínicas estéticas y aplicaciones de dietas. Sofía no comprende que su sufrimiento e inseguridades son el combustible de una máquina comercial que trabaja con algoritmos de IA que captura y vende sus datos.
En esta transacción invisible en la selva digital, ella nunca fue el cliente; ella era la mercancía. Todos somos vulnerables, especialmente los menores, pues su capacidad de criterio y discernimiento está en desarrollo. Su corteza prefrontal, responsable del control de impulsos, no madura hasta los 25 años. Las plataformas explotan deliberadamente esta vulnerabilidad neurobiológica.
El efecto es notable en los adolescentes: malestares de percepción sobre su imagen, estados de ansiedad, depresión, bajo rendimiento escolar, temor a salir, retraimiento, y problemas alimentarios como anorexia y bulimia. Nuestra dignidad, belleza y felicidad, que tiene su fuente en nuestro Creador, no puede ser reducida a un conjunto de datos explotables.
La solución está en ayudarlos a desarrollar competencias para vivir dignamente en esta realidad. Conocer las plataformas que usan nuestros hijos, cómo funcionan sus algoritmos, qué datos recopilan y cómo identificar señales de manipulación. Los menores necesitan comprender que sus datos tienen valor económico y que los algoritmos tienen sesgos humanos.
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