Artículo realizado por R.P. Bernardo Valle, CCR y Hna. Adriana Barajas, HCMJM
El abuso y la violencia sexual es una herida sumamente profunda que deja huellas difíciles de borrar en el interior de una persona. Sin embargo, un adecuado acompañamiento espiritual puede ser decisivo para que la persona pueda avanzar en el camino de la sanación. En este artículo se explicará qué es un director y un acompañante espiritual, así como un esbozo general del proceso de sanación interior.
Un director espiritual, según san Pablo (1Co 9,24-27), se entiende como el entrenador que, por la gracia de Dios, puede acompañar y guiar a aquellos que se lo soliciten en la carrera para alcanzar la corona que nos ha sido prometida.
Entre sus cualidades debe tener una preparación doctrinal sólida y actualizada, disposición y capacidad de escuchar, sentido realista y equilibrado de las cosas, espíritu de fe, madurez afectiva, ser una persona de oración, abierta a las inspiraciones del Espíritu Santo, capacidad de comunicación, empatía que genera confianza en el otro, tacto y precisión en sus intervenciones, prudencia y ética, pues es fundamental el sigilo en todo momento. No es suficiente sólo la buena voluntad, pues se está trabajando con lo más íntimo y delicado del hombre: su alma.
Un acompañante espiritual de personas con situaciones concretas de abuso, debe desarrollar en sí mismo las cualidades de la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-38): mirar su propia miseria y heridas, reconocer la misericordia de Dios, disponerse para ayudar a reconocer y limpiar las heridas de los hermanos, acompañar, y en ocasiones, cargar para conducirlos a la casa del Padre, sin juzgar a la persona. El Papa Francisco resume estas características en 4 verbos: acoger, proteger, promover e integrar.
Además de las cualidades del acompañante, el proceso de sanación espiritual consta de etapas que no tienen que seguir un orden rígido, pues a veces se mezclan o se repiten. Solo Dios, que conoce lo profundo de nuestros corazones, puede sanar toda herida y toda dolencia, por eso la tarea del acompañante espiritual puede resumirse en la misión de contribuir a que la persona que ha sufrido un abuso tenga una experiencia y una relación viva con Dios, que le ama profundamente.
Es frecuente que una persona que sufrió un abuso, consciente o inconscientemente, minimice u oculte la herida. El acompañante deberá ayudar a la víctima a reconocer lo sucedido, sin máscaras. Es importante que este reconocimiento se haga desde la oración, ayudar a la persona a darse cuenta de que Dios conoce su dolor porque lo sufrió junto con él.
En los demás y sobre todo en Dios. El acompañante puede ayudar a la persona a abrir sus horizontes, a darse cuenta de que su vida no gira en torno al abuso, que tiene muchas cualidades, que hay bondad en su vida. El diálogo íntimo con Dios por medio de la oración es un gran recurso para esta etapa; asimismo, la comunidad juega un papel muy importante, pues permitirá a la persona reconocerse aceptada y amada con todo y sus heridas. Esta experiencia de amor incondicional constituye el cimiento fundamental sobre el que se construye la sanación interior, para así abrirse a la experiencia del amor incondicional de Dios.
Requiere una fuerte conciencia del valor de uno mismo, conciencia que se fortalece cuando se ayuda a la persona a mirarse desde los ojos de Dios, que mira con ternura sus heridas y defectos, le trata con delicadeza y cuidado, para otorgarle sentido a la vida. Acompañar a la persona en actividades que le ayuden a salir de sí misma suele ser un buen recurso de apoyo, pues le harán ver a la persona que su vida es útil para los demás, que incluso su herida puede ser transformada en fuente de sanación y luz para otros. Así también, podrá hablar de la apertura al proceso del perdón.
*R.P. Bernardo Valle, CCR y Hna. Adriana Barajas, HCMJM
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