“El miedo nos vuelve locos”, le dijo el Papa a un reportero, de camino a Panamá, refiriéndose al muro entre Estados Unidos y México. Es verdad.
Hace un par de años, la Fundación para el Español Urgente (Fundéu) nombró, como Palabra del Año 2017, un término acuñado por la filósofa española Adela Cortina: “Aporofobia”: el miedo, el rechazo o la aversión al pobre (del griego aporos, pobre, sin recursos). Si el extraño tiene dinero, se le abren las puertas. No hay, para él, muro alguno. Ni barda ni cerca ni impedimento de paso. Se le recibe con los brazos abiertos, con la mayor de todas las sonrisas. Pase usted, ésta es su casa….
“Por el contrario —explicaba Cortina en un libro suyo—, las puertas se cierran ante los refugiados políticos, ante los inmigrantes pobres, que no tienen qué perder más que sus cadenas. […] Las puertas de la conciencia se cierran ante los mendigos sin hogar, condenados mundialmente a la invisibilidad”.
No hay mayor locura que tasar al otro por lo que tiene (o por lo que no tiene). Es tanto como negar su dignidad.
Cuando alzamos muros, acorralamos la belleza de la vida, ponemos puertas al campo. Invocamos razones de seguridad, es cierto. Pero, en el fondo es el miedo lo que nos atenaza. Eso vale para todos los que acudimos al aprecio de la burbuja vital como medio de supervivencia, aunque sólo se lo colguemos a Trump.
*Jaime Septién es periodista y director del periódico católico El Observador de la actualidad.
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