Cuando se habla de los inicios de la evangelización en el territorio que hoy es México, podría parecer que al poco tiempo de que la expedición de Hernán Cortés llegara a estas tierras, en el año 1519, sus frailes acompañantes ya tenían a los primeros nativos evangelizados, pues existe la falsa creencia generalizada de que el cristianismo fue impuesto eficazmente con el poder de las armas.
La realidad es que se trató de un proceso complejo, en el que los religiosos dieron muestra de ser unos verdaderos genios de la enseñanza; pero sobre todo, eran personas con un celo apostólico extraordinario, que diseñaron métodos educativos en los que pusieron todo su empeño y pasión, como bien lo explica Berta Gilbert, doctora en Historia por la UNAM y experta en el tema.
Al participar en la tercera etapa del Ciclo de Conferencias “Primera Evangelización: 500 años del inicio de nuestra Iglesia Mexicana”, la doctora Berta Gilbert explicó que para evangelizar a los naturales de estas tierras -que después serían el Virreinato de la Nueva España- los primeros frailes tuvieron que emplear métodos que fueron creando conforme se fueron presentando los obstáculos.
Lo cierto -dice-, es que la propia Corona de Castilla, en la persona de la reina Isabel, tuvo muy claro desde el inicio que los nativos eran súbditos en igualdad de condiciones que el resto de los súbditos; y por lo tanto, había que tratarlos como tales y atraerlos a la fe católica.
Como contexto de la labor evangelizadora, la doctora Berta Gilbert explica que la reina Isabel, a través de una cédula, prohibía las labores de evangelización a religiosos que no fueran observantes de la ley y que no portaran un permiso del rey y del Consejo de Indias, aún cuando tuvieran permiso de sus prelados.
Por otra parte: “Una bula anterior, de Alejandro VI, de 1943, pedía lo siguiente: ‘Os mandamos que procuréis enviar a las tierras firmes e islas, a hombres buenos, temerosos de Dios, doctos, sabios y expertos, a fin de que instruyan a los susodichos naturales y moradores en la fe católica, y les enseñen buenas costumbres’”.
Fue en una junta consultiva que se discutieron los problemas registrados en torno a la evangelización, lo cual hizo necesario definir la condición del indígena, sobre la cual se suscitaron varias posturas: por un lado, estaba la visión esclavista, que buscaba la explotación de los naturales; por otro, la imperialista, menos radical, pero establecía la superioridad de la raza blanca.
También se encontraba la visión paternalista, que admitía el perfeccionamiento cultural de los indios, pero siempre bajo el dominio del pueblo colonizador. Y finalmente -explica la doctora Berta Gilbert-, estaba la visión humanista, una visión aceptada por fray Bartolomé de las Casas, misma que consideraba a los naturales iguales en esencia que los colonizadores, “incluso moralmente superiores en algunos aspectos”.
La experta señala que fue la visión humanista la que prevaleció, y a partir de ésta, se ordenó que los naturales tuvieran casa y hacienda propias; “se prohibió el trabajo a las mujeres preñadas y a los niños menores de 14 años; se liberó a las mujeres del trabajo en las minas; se moderó el trabajo indígena; se limitó el tiempo de trabajo y se establecieron horas de descanso”.
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