Hacer una oración para el Tercer Domingo de Adviento, también conocido como Domingo de Gaudete o Domingo de la Alegría, es muy importante por el signficado que tiene. ¡Conócelo!
El Tercer Domingo de Adviento se caracteriza por el tema de la alegría. La palabra “Gaudete” en latín significa “regocíjate”. Este domingo es una pausa en el período de Adviento para celebrar la proximidad del nacimiento de Jesús y la alegría que trae consigo.
Este domingo marca la mitad del período de Adviento y destaca un tono de alegría y anticipación particular en la temporada.
La liturgia de este domingo a menudo se caracteriza por el uso del color rosa o rosado en las vestiduras litúrgicas, simbolizando la alegría y la expectativa.
Las lecturas y oraciones del Tercer Domingo de Adviento suelen enfocarse en la alegría que trae consigo la llegada del Salvador y la importancia de regocijarse en la esperanza que representa la venida de Cristo. Es un momento de pausa y celebración dentro de la penitencia y la reflexión características de la temporada de Adviento.
El espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido
y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres,
a curar a los de corazón quebrantado,
a proclamar el perdón a los cautivos,
la libertad a los prisioneros,
y a pregonar el año de gracia del Señor.
Me alegro en el Señor con toda el alma
y me lleno de júbilo en mi Dios,
porque me revistió con vestiduras de salvación
y me cubrió con un manto de justicia,
como el novio que se pone la corona,
como la novia que se adorna con sus joyas.
Así como la tierra echa sus brotes
y el jardín hace germinar lo sembrado en él,
así el Señor hará brotar la justicia
y la alabanza ante todas las naciones.
R. (Is 61, 10b) Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.
Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador,
porque puso los ojos en la humildad de su esclava.
R. Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
porque ha hecho en mí grandes cosas
el que todo lo puede.
Santo es su nombre y su misericordia llega,
de generación en generación, a los que lo temen.
R. Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.
A los hambrientos los colmó de bienes
y a los ricos los despidió sin nada.
Acordándose de su misericordia,
vino en ayuda de Israel, su siervo.
R. Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador.
Hermanos: Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús. No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien el don de profecía; pero sométanlo todo a prueba y quédense con lo bueno. Absténganse de toda clase de mal. Que el Dios de la paz los santifique a ustedes en todo y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable hasta la llegada de nuestro Señor Jesucristo. El que los ha llamado es fiel y cumplirá su promesa.
Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz.
Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?” Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: “Yo no soy el Mesías”. De nuevo le preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?” Él les respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?” Respondió: “No”. Le dijeron: “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?” Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”.
Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”.
Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.
Dios misericordioso y lleno de amor,
En este Tercer Domingo de Adviento, nos reunimos como comunidad para celebrar la alegría que trae consigo la próxima llegada de tu Hijo, Jesucristo. En medio de la espera y la preparación, reconocemos que nuestra esperanza está fundamentada en tu amor eterno y en la promesa de redención.
Señor, abre nuestros corazones para recibir con alegría la Buena Nueva. Permítenos experimentar la verdadera dicha que proviene de saber que tu Salvador viene a nosotros para iluminar nuestras vidas con la luz de la verdad y la gracia.
Que en este tiempo de Adviento, podamos renovar nuestra fe, fortalecer nuestra esperanza y cultivar el amor en nuestras vidas y en nuestras relaciones. Ayúdanos a compartir la alegría de esta temporada con aquellos que están en necesidad y a ser instrumentos de tu paz y consuelo en el mundo.
Que, al contemplar la venida de tu Hijo, podamos preparar nuestros corazones de manera adecuada, reconociendo la importancia de su presencia en nuestras vidas diarias.
Te pedimos estas bendiciones y gracias en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Dios misericordioso y lleno de amor,
En este Tercer Domingo de Adviento, nos reunimos como comunidad para celebrar la alegría que trae consigo la próxima llegada de tu Hijo, Jesucristo. En medio de la espera y la preparación, reconocemos que nuestra esperanza está fundamentada en tu amor eterno y en la promesa de redención.
Señor, abre nuestros corazones para recibir con alegría la Buena Nueva. Permítenos experimentar la verdadera dicha que proviene de saber que tu Salvador viene a nosotros para iluminar nuestras vidas con la luz de la verdad y la gracia.
Que en este tiempo de Adviento, podamos renovar nuestra fe, fortalecer nuestra esperanza y cultivar el amor en nuestras vidas y en nuestras relaciones. Ayúdanos a compartir la alegría de esta temporada con aquellos que están en necesidad y a ser instrumentos de tu paz y consuelo en el mundo.
Que, al contemplar la venida de tu Hijo, podamos preparar nuestros corazones de manera adecuada, reconociendo la importancia de su presencia en nuestras vidas diarias.
Te pedimos estas bendiciones y gracias en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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