Esta hermosa oración por la paz del Papa Francisco sirve para elevar una plegaria por la fraternidad al Cielo, para que en el mundo se terminen las guerras y se pueda lograr un encuentro entre hermanos.
El Papa Francisco pide a los cristianos de todo el mundo orar por el don de la fraternidad, mientras continúa denunciando la guerra como “una derrota para la humanidad”.
A lo largo de los diez años de su pontificado, el Papa Francisco ha llamado repetidamente a dedicar días de oración y ayuno por el precioso don de la paz.
Ayuno y oración: una combinación donde uno alimenta al otro, recíprocamente, creando una ruptura en la rutina diaria de la vida y fomentando una postura abierta a la aceptación.
Quienes ayunan y oran experimentan una condición de debilidad voluntaria que es una forma de desarme; una conciencia del sufrimiento ajeno que estimule la empatía y la fraternidad; una sensación de privación que supera el egocentrismo y nos invita a conectarnos con los demás, en lugar de entrar en conflicto.
María, míranos. Estamos aquí ante ti. Tú eres Madre, conoces nuestros cansancios y nuestras heridas. Tú, Reina de la paz, sufres con nosotros y por nosotros, al ver a tantos de tus hijos abatidos por los conflictos, angustiados por las guerras que desgarran el mundo.
En esta hora de oscuridad, nos sumergimos en tus ojos luminosos y nos confiamos a tu corazón, que es sensible a nuestros problemas y que tampoco estuvo exento de inquietudes y temores.
Cuánta preocupación cuando no había lugar para Jesús en el albergue, cuánto miedo cuando tuvieron que huir rápidamente a Egipto porque Herodes quería matarlo, cuánta angustia cuando se perdió en el templo. Pero en las pruebas fuiste valiente y audaz, confiaste en Dios y respondiste a la preocupación con la solicitud, al miedo con el amor, a la angustia con la donación.En los momentos decisivos no retrocediste, sino que tomaste la iniciativa: fuiste sin demora a ver a Isabel, en las bodas de Caná obtuviste el primer milagro de Jesús, en el Cenáculo mantuviste unidos a los discípulos. Y cuando en el Calvario una espada traspasó tu alma, tú, mujer humilde y fuerte, entretejiste de esperanza pascual la noche del dolor.
Ahora, Madre, toma una vez más la iniciativa en favor nuestro, en estos tiempos azotados por los conflictos y devastados por las armas. Vuelve tus ojos misericordiosos a la familia humana que ha extraviado el camino de la paz, que ha preferido Caín a Abel y que, perdiendo el sentido de la fraternidad, no recupera el calor del hogar. Intercede por nuestro mundo en peligro y en confusión. Enséñanos a acoger y a cuidar la vida —¡toda vida humana!— y a repudiar la locura de la guerra, que siembra muerte y elimina el futuro.
María, muchas veces has venido a nuestro encuentro, pidiéndonos oración y penitencia. Nosotros, sin embargo, ocupados en nuestros asuntos y distraídos por tantos intereses mundanos, hemos permanecido sordos a tus llamadas. Pero tú, que nos amas, no te cansas de nosotros. Tómanos de la mano, guíanos a la conversión, haz que volvamos a poner a Dios en el centro. Ayúdanos a mantener la unidad en la Iglesia y a ser artífices de comunión en el mundo. Recuérdanos la importancia de nuestro papel, haz que nos sintamos responsables por la paz, llamados a rezar y a adorar, a interceder y a reparar por todo el género humano.
Solos no podemos lograrlo, sin tu Hijo no podemos hacer nada. Pero tú nos llevas a Jesús, que es nuestra paz. Por eso, Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros recurrimos a ti, buscamos refugio en tu Corazón inmaculado. Imploramos misericordia, Madre de misericordia; suplicamos paz, Reina de la paz. Mueve los corazones de quienes están atrapados por el odio, convierte a quienes alimentan y fomentan conflictos.
Enjuga las lágrimas de los niños, asiste a los que están solos y son ancianos, sostiene a los heridos y a los enfermos, protege a quienes tuvieron que dejar su tierra y sus seres queridos, consuela a los desanimados, reaviva la esperanza.
Te entregamos y consagramos nuestras vidas, cada fibra de nuestro ser, lo que tenemos y lo que somos, para siempre. Te consagramos la Iglesia para que, testimoniando al mundo el amor de Jesús, sea signo de concordia e instrumento de paz. Te consagramos nuestro mundo, especialmente los países y las regiones en guerra.
Tú, aurora de la salvación, abre resquicios de luz en la noche de los conflictos. Tú, morada del Espíritu Santo, inspira caminos de paz a los responsables de las naciones. Tú, Señora de todos los pueblos, reconcilia a tus hijos, seducidos por el mal, cegados por el poder y el odio. Tú, que estás cerca de cada uno, acorta nuestras brechas de separación. Tú, que tienes compasión de todos, enséñanos a hacernos cargo de los demás. Tú, que revelas la ternura del Señor, haznos testigos de su consolación. Tú, Reina de la paz, derrama en los corazones la armonía de Dios. Amén.
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