Cuando el Resucitado se encontró con los discípulos que estaban encerrados por miedo a las autoridades judías, les compartió su misión con estas palabras: “Así como el Padre me envió, ahora los envío yo; después sopló sobre ellos y les dijo, reciban el Espíritu Santo”.
En otro encuentro con sus discípulos, justo antes de ascender al Padre, les dijo Jesús: “No se ausenten de Jerusalén, […] recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra”.
En estas dos experiencias que nos narran los primeros discípulos encontramos una relación estrecha entre “creer en Jesús, el crucificado – resucitado” y ser un testigo de Él continuando su misión por todo el mundo. Es decir, “fe y misión” van íntimamente unidas; creemos que Jesús nos salvó y nos envió a continuar su misión salvadora.
¿En qué consiste esta misión salvífica de Jesús? Él había vivido su vida para que el amor del Padre fuera experimentado por todo el pueblo de Israel, para que el reinado de Dios se hiciera realidad. Todos sus milagros, sus gestos y palabras, tenían esta intención, cumplir con la misión de testificar el amor del Padre. Desde su nacimiento hasta su muerte, Él vivió cada momento buscando hacer la voluntad del Padre que consistía en acercar a todos sus hijos a Él, a través de la misericordia y el amor.
Por lo tanto, creer en Jesús es creer en su misión; es creer en un Dios que busca transformar la historia amándolo como nadie lo ha amado; es creer que la misión de Jesús vale la pena continuarla; finalmente, es creer que testificar el amor del crucificado, no es una opción para el cristiano sino la esencia de su fe. Creemos en el triunfo del amor de Jesús y deseamos que siga manifestándose en nuestra historia. Por eso, para un cristiano, este amor por el que Jesús murió… ¡bien vale nuestra vida entera!
¡Cuánta falta nos hace ver a cristianos convencidos que su fe conlleva un compromiso misionero! Cristianos conmovidos por este amor que transformó la historia al hacer posible un camino distinto al del pecado, al del egoísmo y la violencia.
Por tal motivo, cristianos que dicen tener fe “por tradición”, pero no dejan que su fe cale hondo en su vida, nos hacen mucho daño; cristianos que viven su fe “para ellos estar bien”, diría el Papa Francisco, “cristianos autorreferenciales” que solo buscan a Dios para su propio beneficio, qué daño nos hacen. Cristianos que viven los sacramentos como un requisito para entrar al Cielo y no como un encuentro que dispone a la misión, qué daño nos hacen.
¡Necesitamos renovar nuestra experiencia de fe! Que el amor que Jesús nos regaló con su vida, muerte y resurrección impulse nuestras obras para construir el mundo que Él soñó; que su misión cale hondo en nuestros corazones, para que el amor apasionado del Padre, brille cada día más en nuestras familias y comunidades.
Cada vez que soy testigo de una comunidad parroquial comprometida por difundir este amor se llena de esperanza mi corazón; cuando veo a un grupo de jóvenes o adultos con el corazón colmado del amor de Dios y dispuestos a compartirlo con los demás, se emocionan mis ojos hasta las lágrimas; cuando brilla en los ojos y los corazones de las hermanas consagradas o religiosas la pasión de Jesús por los más vulnerables, no puedo sino voltear al cielo y dar gloria a Dios porque su obra continúa a través de nuestras débiles vidas.
Dios colme nuestros corazones con su Santo Espíritu para que nuestra fe, esté siempre acompañada por la misión de Jesús.
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