Los mexicanos llamamos al mes de septiembre el “mes patrio”, puesto que en él conmemoramos el aniversario de nuestra independencia.

Son abundantes los elementos festivos que a lo largo del mes nos ayudan a expresar nuestro sentido de identidad y pertenencia como nación y a celebrar nuestra independencia y soberanía.

Pero, ¿somos realmente una nación independiente y libre? No me refiero a la libertad con respecto a otro u otros pueblos. Me refiero a la libertad frente a realidades y factores que laceran y comprometen la paz, la justicia, el desarrollo y la estabilidad de nuestro pueblo.

En este sentido, convendría interrogarnos seriamente si acaso ciertas realidades que vivimos y que se imponen por su evidencia, no constituyen auténticas esclavitudes, o al menos factores alienantes que nos restan libertad como nación.

Pensemos, por ejemplo, en las dictaduras y tiranías ideológicas que campean en contra de la recta comprensión del ser humano y del respeto que merece toda vida humana desde su gestación hasta la muerte natural; en el ataque frontal a la concepción de la familia como Dios la ha pensado y querido; en las divisiones y en la polarización que nos enfrentan unos con otros debilitándonos como nación y alimentando el resentimiento social; en la ola irrefrenable de injusticia, impunidad y crimen organizado que estamos viviendo; en las desapariciones forzadas, en la violación, unas veces velada y otras paladinamente manifiesta, en contra la libertad de expresión; en la manipulación ideológica, en la crisis migratoria, en el rezago educativo, etc.

Pensemos particularmente en aquellos Estados de nuestro país en los que cotidianamente se repiten los crímenes fratricidas iniciados por Caín en contra de su hermano Abel, se elevan al cielo los gritos desesperados de seres humanos que viven vulnerados en su integridad o en sus derechos, o bien pierden la vida a causa de la violencia y del crimen organizado.

Ante un panorama así, como ciudadanos y como católicos podemos situarnos de forma madura, responsable y comprometida, o bien refugiarnos en condenaciones genéricas y lamentos, simplemente responsabilizando a otros, pero sin involucrarnos nosotros mismos de forma creativa, productiva, contextualizada y realista, haciendo lo que nos corresponde y tratando de ser factores de transformación en donde estamos y con lo que hacemos.

En este sentido, celebrar nuestra identidad como mexicanos y nuestra independencia nacional, no debería reducirse a los signos festivos, al folklore, a la abundancia de antojitos mexicanos y tantas otras cosas valiosas, pero insuficientes.

Los católicos no deberíamos acostumbrarnos a este panorama desolador, ni tampoco evadir cómodamente los desafíos más importantes de la nación. El amor de Cristo nos apremia y es mucho lo que los fieles católicos podemos aportar en favor de un México mejor, de la reconstrucción del tejido social, de la paz y de la reconciliación en nuestra Patria.

Recordemos que Santa María de Guadalupe ha estado siempre presente en nuestra historia nacional, mostrándonos su amor y su auxilio, ayudándonos a afrontar y superar numerosas adversidades. Ella ha sido nuestro auxilio en epidemias, inundaciones, guerras, revoluciones, terremotos y mucho más. El estandarte con la imagen de la Virgen de Guadalupe dio valor a quienes en su momento lucharon por la independencia.

Inspirados y acompañados por Santa María de Guadalupe, es necesario comprometernos en la construcción del bien común poniéndonos en marcha para:

Colaborar en la construcción de una Patria más unida, justa y solidaria.

Ofrecer soluciones que integren a todos los que convivimos en este suelo patrio, combatiendo los virus de la indiferencia, la pasividad y el individualismo.

Madurar en el amor que se traduce en disponibilidad, atención, servicio y perdón; en el amor que se hace patente especialmente frente al que sufre, frente al que está crucificado.

Superar las ataduras que frenan nuestra auténtica libertad e independencia y comprometen el bien común y el desarrollo, en particular la injusticia, la impunidad, la violencia, el rencor social, la división y la polarización.

Trabajemos y oremos por nuestro país haciendo nuestra la oración colecta de la solemnidad de santa María de Guadalupe:

Dios nuestro, padre de misericordia, que has puesto a este pueblo tuyo bajo la especial protección de santa María de Guadalupe, Madre de tu hijo, concédenos, por su intercesión, profundizar en nuestra fe, y buscar el progreso de nuestra patria por caminos de justicia y de paz.

Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza

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