En pocos meses nuestro mundo se ha visto sometido a una situación que ha puesto en crisis muchos aspectos a causa de la pandemia del COVID-19.  El primer ámbito que ha sufrido es el de la salud. Casi todos los países sufren a causa de la grave situación de múltiples contagios y defunciones.

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Otro ámbito afectado es el de la economía, que ha provocado desempleo, la caída de las bolsas, el cierre de grandes y pequeñas empresas, etc. Pero en medio de todo esto, hay muchas personas cualificadas que están enfocadas en buscar soluciones para afrontar los retos presentes que nos ayuden a recuperar tanto el ambiente sano como afrontar las consecuencias de la grave recesión en la que hemos entrado.

A nivel eclesial, la pandemia también nos ha estado afectando de una manera significativa, limitando el encuentro cotidiano con nuestros fieles y modificando nuestras formas tradicionales de pastoral, creando incluso un desequilibrio en nuestras economías locales.

Sin embargo, también es cierto que esa misma situación ha sido motivo para experimentar procesos pastorales diversos que, en las nuevas condiciones sociales nos están permitiendo seguir acompañando al Pueblo de Dios en la vivencia de su fe. No podemos negar el movimiento de revitalización de la vida de fe de tanta gente que nos está siguiendo a través de los medios de comunicación social, ni el surgir de una nueva comprensión de la riqueza de los valores evangélicos, así como del notable crecimiento en la credibilidad de las propuestas eclesiales.

Ahora bien, conviene preguntarse: Éstos y muchos otros fenómenos religiosos que estamos viviendo ¿son sólo algo casual o hay algo más que Dios está tratando de decirnos a través de ellos?

Lo que hemos venido viviendo en este tiempo de pandemia, ¿será sólo un paréntesis en el desarrollo de una sociedad que, pasadas unas semanas más, volverá a su curso ordinario y donde todo tendría que reentrar en su “normalidad”, de acuerdo a lo que estábamos viviendo hasta hace unos pocos meses? O bien, como en los otros campos sociales que citamos, ¿las experiencias vividas son indicativos de un cambio social significativo y donde la Iglesia también tendría que plantearse los cambios necesarios para actualizar el ejercicio de su misión?

El gran reto que se impone hoy para nosotros es acerca del manejo que tendríamos que hacer de todos estos aprendizajes adquiridos y de su adecuada sistematización en previsión de lo que, como Iglesia, habremos de vivir en el tiempo posterior a la emergencia sanitaria.

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En breve tiempo llegarán propuestas sanitarias para combatir el virus, llegarán también otras para restablecer el equilibrio en la economía… ¿Estarán preparadas las propuestas eclesiales que, recogiendo la riqueza de lo que estamos viviendo este tiempo, den un nuevo impulso al proceso del conocimiento y de la vivencia actualizada de nuestra fe?

Es muy importante que, nosotros, sacerdotes en tiempo de pandemia, recogiendo lo vivido ahora, entremos también en una segunda fase de nuestra experiencia. Si la primera nos invitaba al cuidado responsable de las normas sanitarias y a la adecuación de nuestros servicios pastorales a las nuevas circunstancias, la segunda exige de nosotros una actitud seria de reflexión, de discernimiento y de creatividad pastoral que favorezca, por un lado, una vivencia renovada de nuestra vocación como ministros ordenados al servicio del Pueblo de Dios y, por el otro, claridad en la proyección de nuestro ministerio pastoral, para que sea más eficaz y más significativo de frente al cambiante mundo de hoy.

Que el Espíritu Santo nos ilumine para que Obispos, Presbíteros, Religiosos y Agentes laicos de pastoral, sepamos acoger esta invitación y juntos podamos seguir colaborando en la extensión del Reino de Dios en el territorio de nuestra Arquidiócesis de México.

 

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Mons. Daniel Rivera

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