En este domingo de la Divina Misericordia me gustaría repasar con ustedes lo que el Papa Francisco nos dio como regalo al final del Jubileo extraordinario de la misericordia por medio de su Carta Apostólica “Misericordia et misera”.

“Misericordia” y “misera” son las dos palabras que san Agustín usa para comentar el encuentro entre Jesús y la mujer adúltera en el pasaje del Evangelio según san Juan (8,1-11). Y es que constituyen la expresión más bella y coherente para ayudarnos a comprender el misterio del amor de Dios cuando viene al encuentro del pecador. Desde este comentario el Santo Padre nos ayuda a iluminar la conclusión de un Jubileo para aquel momento, pero también a platearnos el trabajo como comunidad creyente hacia adelante.

En el documento el Papa nos pide que la misericordia no sea “un paréntesis en la vida de la Iglesia”, y nos invita a tener “iniciativas creativas”, recordando que “es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia”. Y al mismo tiempo, deja indicaciones muy precisas para concretar esa misericordia.

Poniendo al centro el “perdón” como “el signo más visible del amor del Padre, que Jesús ha querido revelar a lo largo de toda su vida”, la Carta Apostólica Misericordia et misera, señala que: “Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón. Por este motivo, ninguno de nosotros puede poner condiciones a la misericordia; ella será siempre un acto de gratuidad del Padre celeste, un amor incondicionado e inmerecido. No podemos correr el riesgo de oponernos a la plena libertad del amor con el cual Dios entra en la vida de cada persona” (2).

El documento insiste en que “…la misericordia es esta acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida”, y que “La misericordia suscita alegría porque el corazón se abre a la esperanza de una vida nueva. La alegría del perdón es difícil de expresar, pero se transparenta en nosotros cada vez que la experimentamos. En su origen está el amor con el cual Dios viene a nuestro encuentro, rompiendo el círculo del egoísmo que nos envuelve, para hacernos también a nosotros instrumentos de misericordia” (3).

La intención de volver a esta Carta es principalmente para tomar algunos de los aspectos que propone, de tal manera que en el día de la Divina Misericordia no solo nos sintamos acogidos por el amor de Dios, sino también comprometidos a manifestarlo.

Es importante la recomendación a los sacerdotes para ser acogedores con todos “a pesar de la gravedad del pecado; solícitos en ayudar a reflexionar sobre el mal cometido; claros a la hora de presentar los principios morales; disponibles para acompañar a los fieles en el camino penitencial, siguiendo el paso de cada uno con paciencia; prudentes en el discernimiento de cada caso concreto; generosos en el momento de dispensar el perdón de Dios” (10)

También destaca la recomendación para cada comunidad católica de tal manera que dedique un domingo al año a renovar “su compromiso en favor de la difusión, conocimiento y profundización de la Sagrada Escritura: un domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios para comprender la inagotable riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo” (7)

El consuelo a las familias es también una de los deseos del Papa en su Carta: “En un momento particular como el nuestro, caracterizado por la crisis de la familia, entre otras, es importante que llegue una palabra de gran consuelo a nuestras familias. El don del Matrimonio es una gran vocación a la que, con la gracia de Cristo, hay que corresponder con el amor generoso, fiel y paciente. La belleza de la familia permanece inmutable, a pesar de numerosas sombras y propuestas alternativas: ‘El gozo del amor que se vive en las familias es también júbilo en la Iglesia’” (14)

Y sobre todo hay una clara invitación a: “…hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos” (20)

De esta forma vemos que vale la pena recordar las recomendaciones al final del Jubileo de la Misericordia en esta carta del Papa Francisco, así podremos celebrar con mucho fruto este segundo domingo de Pascua en un año que también es Jubilar.

Mons. Salvador González

Es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.

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