El pasado 15 de octubre, con motivo del 150º aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, el Papa Francisco publicó una exhortación apostólica sobre la confianza, titulada “C’est La Confiance”. Los cincuenta y tres numerales del documento nos adentran en una profunda reflexión de la relación entre la confianza y el amor. No se puede pensar en uno sin la presencia del otro: “La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor” (n. 1). Es el amor que mueve a actuar a los miembros de la Iglesia. Si el amor llega a apagarse, los apóstoles no anunciarán el Evangelio, ni serán misioneros capaces de salir cautivados por la atracción a Jesucristo “porque un alma abrazada de amor no puede estarse inactiva” (n. 12). Para llegar al Amor, debemos caminar por el sendero de la confianza.

El Papa, inspirado en las palabras de Teresita del Niño Jesús, nos propone la confianza como itinerario de vida, que podría ser también una propuesta institucional. En nuestro apostolado de prevención es importante recordar que es la confianza la que nos lleva al Amor y así nos libera del temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de nosotros mismos, la que nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo Él puede hacer. “Con la misma confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace carne en nosotros, y nos convierte en canales de misericordia para los hermanos” (n. 2). La confianza no es un rito autorreferencial, sino una actitud de abandono.

En un momento en el que el ser humano se obsesiona por la grandeza y por nuevas formas de poder, Teresita de Lisieux a través su itinerario espiritual, nos invita a caminar por el camino de la pequeñez. De frente a la crisis vivida por los abusos, no podemos mostrarnos indiferentes u omnipotentes, sino humildes. La crisis nos debe llevar a reconocer con humildad nuestros errores, a volvernos más pequeños y liberados: “La confianza plena, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz” (n.24). Evidentemente, la crisis nos ha hecho abandonar la imagen de la Iglesia triunfalista del pasado, por una Iglesia humilde y misericordiosa (cfr. n. 40).

Los creyentes de hoy estamos llamados a ser constructores de la confianza, puesto que es ella la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él. Como refería la patrona de las misiones: “Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo” (n. 3). No podemos leer el reciente documento del Papa Francisco sin la integración de estos tres términos: Justicia, Amor y Misericordia, ninguna excluye al otro, por el contrario, lo reclama.

La vocación del creyente es esta: el amor. La caridad nos da la clave de nuestra vocación. El constructor de la confianza conduce al Amor y libera del temor, trabaja activamente en la Iglesia, pero por las almas, como señalaba la doctora de la Iglesia: “Pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra” (n. 43). Claramente, el testimonio de la confianza no solo nos hace más creíbles, sino también más misericordiosos.

La Iglesia sólo tendrá futuro si es una institución de confianza. En el año 2020, un estudio nacional evidenció los niveles de confianza que tenemos los mexicanos en las instituciones de nuestro país. La Iglesia, dentro de dicho estudio, ocupaba la posición número cinco. Aún nos queda mucho por trabajar, sin embargo, las palabras del Papa Francisco inspiradas en los escritos de santa Teresita de Jesús nos ayudan a no mirar solamente los límites, las debilidades y los delitos de la Iglesia, marcada por oscuridades y pecados, sino a entrar en su corazón ardiente de amor, encendido desde Pentecostés. Es ese corazón cuyo fuego se aviva más en donde cada creyente trabaja por la prevención de riesgos para las personas vulnerables (cfr. n. 41).

Que Santa Teresita del Niño Jesús haga de nuestra pastoral del cuidado una “pequeña grandeza”:

En un tiempo que nos invita a encerrarnos en los propios intereses, hagamos de la vida un regalo.

En un tiempo de individualismo, descubramos el valor del amor que se vuelve intercesión.

En un momento de complicaciones, redescubramos la sencillez, la primacía absoluta del amor, la confianza y el abandono, superando una lógica legalista que llena la vida cristiana de observancias o preceptos y congela la alegría del Evangelio.

En un tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, aprendamos la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro.

En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor…

Mons. Francisco Javier Acero

Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México desde el 18 de noviembre de 2022. En 1993 se consagra como religioso agustino recoleto y realiza sus estudios de filosofía y teología; ordenado sacerdote el 31 de julio de 1999.

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