Participa cada lunes a las 21:00 horas (tiempo del centro de México) en La Voz del Obispo en Facebook Live. Este lunes 23 de mayo podrás conversar con el autor de este texto, Mons. Héctor Pérez Villarreal, Obispo Auxiliar.
El Papa Francisco, en el 50 aniversario de la institución del Sínodo, ofreció un discurso que ha tomado protagonismo en los últimos seis años. En él afirmó que la sinodalidad es una condición constitutiva de la Iglesia, es decir, o la Iglesia es sinodal, o es infiel a su identidad. ¿Por qué fue tan importante esta afirmación?
Hace 60 años comenzó una experiencia de renovación eclesial que duró cuatro años, implicó la participación de 2300 obispos, miles de teólogos e incluso asesores no católicos. Esta experiencia se llama Concilio Vaticano II. En él se propuso la creación de unas reuniones periódicas de obispos que tuvieran como propósito discernir de manera periódica cómo puede la Iglesia responder con fidelidad a los retos que el tiempo presentaba a la misión de la Iglesia. Estas asambleas se llaman “sínodos”.
Por esa razón, muchos tenían limitado su concepto de “sínodo” o “sinodal”, al ejercicio que los obispos realizaban. Sin embargo, el Papa Francisco, retomando los textos conciliares, recuerda que no son solo los obispos los que viven la sinodalidad, sino que corresponde a todo el pueblo de Dios vivir esta perspectiva sinodal, pues es “la totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo, … y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo”. (LG 12)
“’Iglesia y Sínodo son sinónimos’ según San Juan Crisóstomo, porque la Iglesia no es otra cosa que el ‘caminar juntos’ de la grey de Dios por los senderos de la historia en donde sale al encuentro Cristo el Señor”.
Una Iglesia sinodal es, por tanto, el pueblo fiel que sabe que no existe para custodiar un depósito de tradiciones y doctrinas, sino para discernir las voces del Espíritu que la guían para ser fiel a la verdad de Cristo, que no cambia, pero sí se renueva a lo largo del tiempo.
Para ser una Iglesia sinodal se necesita por tanto de la participación de todos los fieles, laicos y clérigos, hombres y mujeres, pues en todos derrama el Espíritu Santo sus dones; esta participación pide la responsabilidad de escuchar a Dios y escucharnos recíprocamente, laicos a clérigos, clérigos a laicos, y todos al Espíritu.
Además de la escucha recíproca, pide espacios de oración y discernimiento, pues no se trata solo de hacer votaciones democráticas, no es una iglesia de mayorías; sinodalidad exige discernimiento comunitario y del obispo, pues es en el obispo donde recae la última responsabilidad de discernir las voces del Espíritu que buscan guiar a la Iglesia.
Finalmente, la sinodalidad empuja a una misión renovada, una conversión personal y pastoral de toda la comunidad, tal como sucedió desde la primera comunidad de cristianos cuando abrieron las puertas a los paganos o gentiles. La iglesia sinodal es una Iglesia en salida misionera empujada siempre por su fidelidad a Cristo y guiada por el Espíritu.
La participación de las mujeres en esta Iglesia sinodal es de primordial importancia, pues ellas aportan su perspectiva femenina al momento de escuchar a Dios, de mirar el entorno, de buscar soluciones, e incluso a la hora de comprometerse. Con la sinodalidad se abre un espacio para que las mujeres participen en las esferas de discernimiento y decisión, y no solo se queden en el ámbito del servicio y la evangelización. Para ello, las mujeres han de ser conscientes de su responsabilidad, y animarse a no quedarse calladas cuando se les da el espacio para construir juntos el camino de fidelidad a la misión.
Para vencer el clericalismo, no hay que hacer clérigos a las mujeres, más bien, hay que poner en el centro la comunidad, donde todos aportan los dones recibidos por el Espíritu que es quien verdaderamente guía la Iglesia.
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