Spes non confundit
“La Esperanza no defrauda”, con estas palabras, el papa Francisco nos invitaba a vivir un año de gracia, un año jubilar bajo el signo de la esperanza. Nos exhortaba a toda la Iglesia a vivir como peregrinos en la fe un encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, que es la puerta de la salvación.
En el corazón del hombre está la esperanza de alcanzar la felicidad, pero también es verdad que continuamente surgen sentimientos encontrados que nos hacen tener miedos, desaliento, dudas, desánimo, escepticismo y pesimismo. Por eso la importancia de reavivar la esperanza a través de la escucha de la Palabra de Dios, que nos habla por medio de las escrituras, pero que también tiene una palabra de amor, a través de los acontecimientos que vivimos todos los días.
Como Iglesia hemos vivido el jubileo de los diáconos, de los seminaristas, de los sacerdotes, de los obispos, de la familia, los niños y los abuelos, por mencionar algunos, ahora toca el momento de vivir el jubileo de los jóvenes. Del 28 de julio al 3 de agosto, jóvenes de todas partes del mundo acuden al llamado de Pedro para escuchar una palabra de ánimo que les ayude a vivir su fe, que les dé la fuerza para poder enfrentar los ataques del mundo, y la gracia de poder responder como jóvenes cristianos, pagando al mal con el bien.
Son jóvenes que llegan con la esperanza de encontrase con el Señor, pero que también llegan con sus propias luchas. Roma se llena con el bullicio de una multitud de jóvenes que a pesar de sus miedos, dudas y desánimos pasajeros, han luchado por sus sueños, y quieren encontrarse con Jesús.
Sabemos que algunos de nuestros jóvenes se han quedado por el camino, quizá porque no les alcanzaron las fuerzas o porque circunstancias ajenas a ellos truncaron el camino provocando sufrimientos y heridas que a veces no son tan fáciles de sanar, o simplemente, porque Dios tenía preparada otro tipo de peregrinación para ellos.
Pero estamos seguros, que en Roma, en sus diócesis, en sus parroquias o en cualquier parte del mundo que se encuentren, el Señor quiere habitar en el corazón de los jóvenes, que son, como dicen ellos, no el futuro sino el presente de nuestra Iglesia, son el semillero de las nuevas vocaciones, de las nuevas familias cristianas.
Es momento de rezar por nuestros jóvenes para que la gracia que Dios tiene preparada para ellos en este jubileo caiga en buena tierra, y la semilla de la fe que se siembre en ellos produzca frutos de vida eterna. Oremos para que nuestros jóvenes no tengan miedo de soñar y puedan construir un proyecto de vida en el Señor, encontrar respuestas a todas sus inquietudes, y si en el camino se encuentran con tropiezos y fracasos, puedan obtener de Cristo la fuerza para levantarse y recuperar la esperanza como deseo y expectativa del bien.
El mundo nos puede lastimar, los hombres nos pueden fallar, nuestros proyectos se pueden derrumbar, pero la esperanza, en Cristo, no defrauda.
¿Quien nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? […] Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Rm 8,35-39)
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