A finales de este mes de julio se celebrará la cuarta edición de la Jornada dedicada nuestros abuelos y adultos mayores, el Santo Padre nos ha regalado un hermoso mensaje que nos hace reflexionar sobre el lugar de los hombres y mujeres que llenos de sabiduría comparten con nosotros la vida y el tiempo que pasamos juntos sobre la tierra.
El título del mensaje toma las palabras del salmo 71: “En la vejez no me abandones”, y el Papa da inicio al mensaje con una certeza que llena de consuelo, “Dios nunca abandona a sus hijos”, y entonces deja ver como Dios aún en el momento de la mayor limitación no nos deja solos ni nos desecha, todo lo contrario para seguir edificando, Él ocupa las piedras más antiguas.
Nos lleva el Papa Francisco a ver como en la Sagrada Escritura encontramos el amor fiel del Señor, que nunca nos deja a pesar de nuestras limitaciones e incluso nuestras infidelidades, Dios es siempre fiel y por eso está siempre en cada una de las etapas de nuestra vida.
Aparentemente, dice el Papa, parece que habría una contradicción entre la afirmación de la cercanía de Dios y el miedo al abandono y a la soledad, lo cual en realidad no es una contradicción sino un dato de la fragilidad humana, que se expresa en estructuras sociales egoístas y extremadamente individualistas que pueden dejar a los mayores al margen de su vida por considerarlos menos útiles o una carga para el resto del grupo.
El Papa señala algunas de las razones por las que en diferentes partes del mundo los ancianos se encuentran abandonados o solos, pero también deja ver que hay a veces, al interno de las culturas, una idea que es como un “veneno”: que los mayores “roban” el futuro a los jóvenes. Esto lo vemos reflejado en la idea de que los mayores con el sistema de salud o de pensiones niega la posibilidad de un mayor desarrollo a las jóvenes generaciones, la contraposición entre generaciones es fruto de una cultura de la confrontación que evidentemente no tiene nada que ver con los valores del Evangelio.
Por otro lado, el Santo Padre lleva nuestra reflexión en la línea de una cultura extremadamente individualista y autónoma, que hace olvidar a los más jóvenes cuan necesario es el otro para mi desarrollo y para la vivencia de una auténtica fraternidad. Es imposible pensar en vivir solo y aislado, y aunque en la juventud eso sea factible, llegan los momentos en los que la necesidad de ayuda nos hace caer en la cuenta de que nuestra limitación reclama siempre la ayuda y la compañía de los demás.
A tal grado se tienen mentalidades de este tipo, que los mismos ancianos se resignan a que así tiene que ser, y ellos son los que se ponen a la orilla de la vida de los demás para no estorbar o ser una carga. Aquí el Papa Francisco no ilumina con el texto del libro de Rut:
“… cuando relata que la anciana Noemí —después de la muerte del marido y de los hijos— invitó a sus nueras, Orpá y Rut, a regresar a sus países de origen y a sus casas (cf. Rut 1,8). Noemí —como tantos ancianos de hoy— teme quedarse sola, pero no consigue imaginar algo distinto. Como viuda, es consciente de valer poco ante la sociedad y está convencida de ser un peso para esas dos jóvenes que, al contrario de ella, tienen toda la vida por delante. Por eso piensa que sea mejor hacerse a un lado y ella misma invita a las jóvenes nueras a dejarla y a construir su futuro en otros lugares (cf. Rut 1,11-13). Sus palabras son un concentrado de convenciones sociales y religiosas que parecen inmutables y que marcan su destino.
El relato bíblico nos presenta en este momento dos opiniones diferentes frente a la invitación de Noemí y, por tanto, frente a la vejez. Una de las dos nueras, Orpá, que le tiene cariño a Noemí, con un gesto afectuoso la besa, pero acepta lo que ella también cree que es la única solución posible y sigue su propio camino. Rut, en cambio, no se separa de Noemí y le dirige palabras sorprendentes: «No insistas en que te abandone» (Rut 1,16). No tiene miedo de desafiar las costumbres y la opinión común, siente que esa mujer anciana la necesita y, con valentía, permanece a su lado, dando inicio a una nueva travesía para ambas.
A todos nosotros —acostumbrados a la idea de que la soledad es un destino inevitable— Rut nos enseña que a la súplica “¡no me abandones!” es posible responder “¡no te abandonaré!”. No duda en trastocar lo que parece una realidad inmutable, ¡vivir solos no puede ser la única alternativa! No es casualidad que Rut —la que se quedó acompañando a la anciana Noemí— sea un antepasado del Mesías (cf. Mt 1,5), de Jesús, el Emanuel, Aquel que es “Dios con nosotros”, Aquel que lleva la cercanía y la proximidad de Dios a todos los hombres, de todas las condiciones y de todas las edades.
La libertad y la valentía de Rut nos invitan a recorrer un camino nuevo. Sigamos sus pasos, hagamos el viaje junto a esta joven mujer extranjera y a la anciana Noemí, no tengamos miedo de cambiar nuestras costumbres y de imaginar un futuro distinto para nuestros ancianos. Nuestro agradecimiento se dirige a todas esas personas que, aun con muchos sacrificios, han seguido efectivamente el ejemplo de Rut y se están ocupando de un anciano, o sencillamente muestran cada día su cercanía a parientes o conocidos que no tienen a nadie. Rut eligió estar cerca de Noemí y fue bendecida con un matrimonio feliz, una descendencia y una tierra. Esto vale siempre y para todos: estando cerca de los ancianos, reconociendo el papel insustituible que estos tienen en la familia, en la sociedad y en la Iglesia, también nosotros recibiremos muchos dones, muchas gracias, muchas bendiciones”.
Sirvan estas palabras y la reflexión del Papa para preparar esta Jornada, pero sobre todo para experimentar un renovado compromiso con nuestros abuelos y abuelas, con nuestros adultos mayores, en quienes reconocemos una viva bendición de Dios y una alegre esperanza en la libertad y valentía que nos da estar cerca de ellos.
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