Uno de los grandes valores que los seres humanos apreciamos y defendemos es la libertad: libertad de pensamiento, libertad de decisión, libertad de acción.
A lo largo de la historia algunos autores han ridiculizado al cristianismo considerando que se trata de un camino de alienación, de enajenación y de privación de lo que hace la vida bella y amable. Nada más lejos de Jesús y de su evangelio que la enajenación y la esclavitud. Él, con su encarnación, con su vida, muerte y resurrección nos ha abierto el camino de la libertad.
Jesús es el hombre libre por excelencia que nos invita a ser libres y que nos enseña cómo ser libres.
Pero para abrazar la libertad que Jesús nos regala es necesario, en primer lugar, entender la libertad como la entiende Jesús y nos lo enseña la Iglesia.
Como cristianos, hemos de entender y vivir la libertad como la posibilidad de ser lo que somos (personas humanas, bautizados: hijos de Dios, discípulos de Cristo, templos del Espíritu Santo, miembros de la Iglesia), es decir, la posibilidad de vivir de acuerdo con nuestra máxima vocación (el amor, la comunión con Dios y con los hermanos), de responder al proyecto que Dios ha diseñado para nosotros.
Por eso en Jesús encontramos la luz y el modelo para convertirnos en personas capaces de ser veraces y auténticos, fieles a la propia identidad como humanos y como cristianos; fuertes para vencer cualquier esclavitud o apego causados por el egoísmo, el individualismo, el pecado o la mentira, que comprometan o contradigan la propia identidad y la propia dignidad; abiertos al servicio, a la comunión, a la entrega y a la generosidad.
Sólo estando abiertos a Jesús que nos enseña cómo educarnos en la libertad, podemos hacernos dueños de nosotros mismos y responsables frente a nuestras obligaciones y decisiones para con Dios y para con el prójimo.
En este sentido, el crecimiento auténtico en la libertad puede verificarse en la coherencia frente a la propia opción de vida y la fortaleza para ser fiel a los propios ideales y compromisos.
No obstante, la conquista de la libertad representa un sendero largo y fatigoso que empeña toda la vida.
Por eso, nuestro crecimiento en este rubro requiere de algunas acciones muy concretas: caminar hacia el descubrimiento del auténtico sentido de la libertad, aclarando las propias ideas al respecto y superando las eventuales imágenes distorsionadas que se tengan de ella; identificación y superación de las propias esclavitudes (afectivas, morales, ideológicas, materiales, sociales, intelectuales; malos hábitos, recuerdos, jerarquías de valores, estilos interpretativos de la realidad, prejuicios, etc.) detectando la raíz que las ha generado, y convenciéndonos de que en el fondo son frustrantes y enajenantes porque contradicen la propia opción de vida.
Sólo estando abiertos a Jesús que nos enseña cómo educarnos en la libertad, podemos hacernos dueños de nosotros mismos y responsables frente a nuestras obligaciones y decisiones para con Dios y para con el prójimo. En Jesús encontramos el modelo y el aliento para estar en condiciones de vivir gozosa, fecunda y fielmente nuestra vocación humana y cristiana, porque sólo cuando se crece en la responsabilidad y la entrega la libertad se libera y se fortalece y esto es precisamente lo que nos ha enseñado Jesús: a tomar decisiones que se orientan al amor.
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