La voz del Obispo

“Dejen que los niños se acerquen a mí” (Mt 19,14)

La celebración del Día del niño celebrada en días pasados, con el paso de los años ha ido adquiriendo arraigo en la sociedad, nos da la oportunidad de reflexionar sobre algunos aspectos acerca de la niñez mexicana y los compromisos que, como ciudadanos y como católicos, tenemos hacia quienes van comenzando el camino de la vida.

Bien sabemos que los años de la infancia son decisivos para la configuración de la personalidad de cada ser humano. Las experiencias vividas en la infancia serán muy importantes en la construcción de la auto-percepción, el carácter, la personalidad, la forma en que la persona se mire y se entienda a sí misma y entienda a los demás, a Dios, la vida y el mundo.

La etapa infantil también es decisiva en el aprendizaje e interiorización de los valores morales y espirituales que habrán de acompañar a la persona a lo largo de su vida.

Resulta claro, entonces, que los adultos somos responsables de procurar para todos los niños y niñas las mejores condiciones de vida, desarrollo, salud, alimentación, educación y formación en la fe y en los valores humanos y cristianos.

Sin embargo, no podemos ignorar que son tantos, miles y miles, de niños y niñas que viven el drama de realidades de diversa índole que atentan gravemente contra su persona, integridad y desarrollo: la pobreza, el hambre,  la marginalidad, la falta de oportunidades para la educación, la desatención a la salud, la explotación laboral, la migración propia o de los padres, etc.

Por otro lado, son también miles de niños expuestos al bombardeo de contenidos dañinos de la web y de las redes sociales; el abandono, la violencia, en particular la violencia intrafamiliar; toda suerte de ideologías que deforman la concepción de la persona humana, de la sexualidad, del matrimonio y de la familia; la ideologización de la “educación” (¡no es lo mismo educación que adoctrinamiento manipulador!), el descuido, o incluso la total carencia de formación en la fe, etc.

Por otro lado, la familia tendría que ser el espacio natural de desarrollo y educación de los niños, donde ellos se experimenten conocidos, incondicionalmente amados, promovidos y educados en las relaciones interpersonales.

Hoy, sin embargo, la institución familiar es, quizá como nunca antes, blanco de ataques ideológicos, propaganda mediática o posturas axiológicas que van directamente en contra de la concepción de la familia como Dios la ha pensado.

Minusvalorar o desvirtuar el sentido del matrimonio y de la familia, es atentar directamente contra la persona humana, contra la sociedad y contra la niñez, depositando en ella una letal simiente de degradación y auto-destrucción.

Sin el respeto y el cuidado de la familia y del matrimonio como Dios la ha pensado, no hay futuro ni esperanza, y tampoco habrá paz ni auténtico desarrollo para nadie, tampoco para los niños.

Es en el seno de las familias sanas, unidas, reconciliadas y sólidas en los valores humanos y cristianos, donde se encuentra la promesa de un mejor futuro para la niñez.

Como discípulos de Cristo es mucho lo que podemos y debemos aportar en favor de la niñez: el fortalecimiento de las familias y de los matrimonios desde los valores cristianos, la pastoral familiar, la incidencia en los proyectos educativos y en las políticas escolares, la sensibilización social hacia las diversas necesidades de la niñez, la ayuda solidaria a los niños más necesitados a través de diversos voluntariados, el compromiso con la defensa de sus derechos humanos, y sin duda, su educación en la fe.

Concluyo citando la bellísima invitación que el Santo Padre Benedicto XVI nos dirigió en la Plaza de la Paz, Guanajuato, el 24 de marzo del 2012:  “[…] deseo elevar mi voz invitando a todos a proteger y cuidar a los niños, para que nunca se apague su sonrisa, puedan vivir en paz y mirar al futuro con confianza”. Y en esa misma ocasión a los niños les dijo:

Cada uno de ustedes es un regalo de Dios para México y para el mundo. Su familia, la Iglesia, la escuela y quienes tienen responsabilidad en la sociedad han de trabajar unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un mundo mejor, sin envidias ni divisiones.

Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza es obispo auxiliar de la Arquidiócesis Primada de México.

Mons. Luis Manuel Pérez Raygoza

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