La oración, como encuentro y diálogo con Dios, requiere de la apertura confiada de nuestro corazón a él, así como de la disposición interior para escuchar y acoger, en la obediencia de la fe, lo que él desee comunicarnos.
Puede ser que a veces, cuando comenzamos el diálogo con Dios, experimentemos la sensación de que simplemente hablamos nosotros con nosotros mismos, o más aún, sentir que nos hablamos y nos respondemos nosotros solos.
Sin embargo, cuando hacemos oración, no somos únicamente nosotros quienes hablamos a Dios, sino que él nos escucha y nos responde, se interesa por nosotros y dialoga con nosotros. El Espíritu Santo nos ayuda a entender y sentir lo que significamos para Dios, nos ilumina para conocer su voluntad, nos llena con su gracia, nos consuela, nos fortalece y nos vivifica.
Pero, ¿cómo hace el Señor para ayudarnos a entender y experimentar que en verdad nos escucha y nos responde, que no estamos hablando solos? Para este fin, Dios se vale de diversos medios, y uno de ellos, ¡uno de los más importantes!, es su propia palabra consignada por escrito en la Sagradas Escrituras. Por eso es necesario aprender a orar con la palabra de Dios, leyéndola, meditándola, asimilándola y dejándonos transformar por ella.
Pero además, el Señor en ocasiones nos responde y dialoga con nosotros a través de:
-Nuestros propios pensamientos, sentimientos, recuerdos, alegrías y sufrimientos.
-A través de las personas, de los acontecimientos (positivos o negativos)
-De los amigos.
-De los movimientos o impulsos interiores que se suscitan en nosotros, etc.
Evidentemente requerimos ser muy atentos y “afinar el oído del espíritu” para no confundir nuestras propias percepciones, pensamientos y sentimientos con la voz de Dios; para ello es imprescindible aprender a vivir lo que san Ignacio de Loyola llama “discernimiento de espíritus”.
El Señor siempre se comunica con nosotros, y lo hace también a través de sus aparentes silencios. Sin embargo, para escucharlo, es necesario disponerse humildemente mediante la fe y la confianza en él, sabiéndonos y sintiéndonos sus hijos.
Además, para escuchar a Dios, se requiere tener paciencia, puesto que sus tiempos y sus ritmos son muy diversos a los nuestros, y por eso en algunas ocasiones nos responderá, pero no en el momento de la oración, sino tiempo después, tal vez cuando menos lo imaginemos, y lo hará a través de las formas que ya hemos mencionado más arriba.
También es posible que la respuesta de Dios a nuestra oración no siempre sea la que esperamos, pues él, en su amor y sabiduría, sabe lo que nos conviene y siempre, en cualquier circunstancia, procederá para nuestro bien, aunque en ocasiones de momento no lo podamos entender.
Por ello conviene recordar lo que Su Santidad Benedicto XVI dijo en la audiencia general del 8 de febrero del 2012:
Ante las situaciones más difíciles y dolorosas, cuando parece que Dios no escucha, no debemos temer confiarle a él el peso que llevamos en nuestro corazón, no debemos tener miedo de gritarle nuestro sufrimiento; debemos estar convencidos de que Dios está cerca, aunque en apariencia calle.
Más de este autor: 11 actitudes que favorecen la vida de oración
El feminismo, una corriente filosófica y social que busca la igualdad de derechos y oportunidades…
“Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de…
El 29 de diciembre iniciaremos el Año Jubilar 2025 en las diócesis del mundo, con…
Lo que empezó en los años 20 del siglo pasado como una causa homicida, al…
‘¡Viva Cristo Rey!’ Hagamos nuestra esta frase, no como grito de guerra, sino como expresión…
El Vaticano publicó la segunda edición del libro litúrgico que contiene las instrucciones relacionadas con…
Esta web usa cookies.