Querido padre:
Soy catequista, mi servicio es en pláticas pre bautismales y hace unos días una persona me preguntaba sobre el caso de una madre que tiene en su casa viviendo a su hijo, con su concubina, en una parte separada de su casa, pero en el mismo terreno/construcción. La duda era si la madre del muchacho puede recibir la Comunión o también está en pecado. Según comentaron, ella les insiste todo el tiempo en que se acerquen al sacramento del matrimonio, pero ellos no lo han hecho. En el equipo tuvimos discrepancia sobre la respuesta. Unos adujeron que el pecado es personal y que la madre puede comulgar sin problema, pero otros argumentaron que la madre comete pecado de omisión y no puede comulgar. ¿Podría sacarme de la duda en este caso?
Padre Hayen:
Cuando los padres han educado a sus hijos con los valores del Evangelio, ellos tienen la esperanza de que su descendencia seguirá el ejemplo que ellos les inculcaron. Esto es lo que se naturalmente se espera que ocurra en las familias.
Sin embargo pueden intervenir otros factores para que los hijos, una vez que crecen y llegan a la mayoría de edad, cuestionen la fe y el estilo de vida que recibieron en casa y lleguen a rechazar el ejemplo de sus padres. Los hijos pueden tener el influjo de malas compañías que les presionan para vivir de otra manera, o pueden asumir la mentalidad del mundo porque es lo que dice la moda o porque “todos lo hacen así”.
A veces con profundo dolor, los padres católicos ven frustradas sus esperanzas al ver a sus hijos viviendo fuera de la gracia de Dios, en el pecado. Y claro, a ellos no les queda más que respetar la libertad a esos hijos mayores de edad que optaron por un estilo de vida en el que no fueron educados.
Es doloroso, lo sé. Pero hay algo aún más doloroso: que los hijos pretendan que sus padres aprueben el estilo de vida mundano que ellos han adquirido fuera de los valores del hogar. Es como decir a los padres: “ustedes me educaron de una manera bajo este techo, pero ahora yo los quiero educar a mi manera bajo el mismo techo”. Así los hijos cometen doble pecado: el de concubinato-fornicación y el de ofensa a la honra que deben a sus padres.
Si el hijo tuviera un poco de vergüenza debería irse lejos de ahí para no mortificar a quienes le dieron la vida y el Evangelio; lo mismo la muchacha. Aquí el punto está en si los padres pecan mortalmente por permitir a sus hijos vivir en pecado de concubinato en la misma construcción o terreno.
La pregunta que ellos deben hacerse es: ¿estoy cooperando directamente con el pecado de mi hijo? Si los padres son indiferentes a la situación moral (concubinato) en que vive hijo o desean que continúe viviendo así, y los arropan facilitándoles un “nido de amor” entonces sí hay cooperación directa con el mal y hay pecado mortal, por la razón de que esta situación es contraria al plan de Dios para la familia, y porque fácilmente se convierte en pecado de escándalo para que otros hijos y parientes sigan ese mal ejemplo. Ni los hijos entran al Reino de Dios y también impiden que otros entren. Los padres cristianos no deben cooperar a esto y deben pedir a sus hijos que, si quieren vivir amancebados, se retiren de la casa paterna.
En el caso de que los hijos rejuntados vivan en el mismo terreno y separados de la casa de sus padres, es probable que la culpa ya no sea de los padres, o tengan menos culpabilidad, dependiendo de las circunstancias. Posiblemente el hijo ya es dueño de su propia casa, no lo sé. Quizá recibió una porción de esa finca como su herencia. Lo cierto es que el Evangelio exige radicalidad y a veces tendremos que hacer opciones dramáticas: “El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir” (Mt 10,21).
Pidamos al Señor que los padres de familia asuman la misión de formar hijos santos, y no hijos para la muerte, aunque algunas veces la rebeldía de los hijos llegue a “matarlos” de tristeza.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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