El globalismo es una ideología que destruye el arraigo a la propia tierra, al propio país. Es una corriente de pensamiento que corta a las personas y a los pueblos de sus raíces históricas, para hacer que vivan como ciudadanos-marionetas del mundo, sin amor a la patria y con una manera uniforme de pensar y consumir. Nuestros políticos cada vez más promueven la movilidad humana –la migración legal o ilegal– por motivos de trabajo. Las ciudades se pueblan por razones de consumo, y el amor a la propia tierra es más escaso. Pocos son los jóvenes que hoy estarían dispuestos a pelear por su país ante un extraño enemigo.
Dios quiere que amemos nuestra tierra y nuestras raíces. Así como quiso dar a Israel la tierra prometida, así nos ha dado nuestras ciudades y territorios y quiere que los amemos. Dios ama a los chihuahuenses, a los regiomontanos, a los chiapanecos y a los texanos, y quiere que nos apeguemos a esas partes del mundo donde cada uno vive. Ese apego y esa defensa de la tierra donde somos, es el verdadero patriotismo, y no el globalismo político que destruye las identidades y el amor a la nación.
La vida de santa Juana de Arco es una inspiración para la defensa del propio territorio, de nuestras costumbres y tradiciones. Su tiempo fue de una profunda crisis espiritual y social en la vida de la Iglesia y en la sociedad. Nació en el siglo XV, en pleno cisma de Occidente, cuando había un papa y dos antipapas. Eran tiempos de enorme confusión para la cristiandad, que estaba dividida en sectores que apoyaban a quienes se disputaban la sede de san Pedro. Estaba en pleno apogeo la Guerra de los Cien años, conflicto armado en el que Francia e Inglaterra se disputaban territorios que los ingleses habían adquirido en el lado francés.
A sus 13 años de edad escuchó la voz de Jesucristo y de san Miguel Arcángel que la llamaban a acrecentar su vida devota y a luchar por la liberación de su pueblo. A partir de entonces hizo voto de virginidad e integró la Eucaristía diaria y la confesión frecuente en su vida.
Cuando en 1429 tenía 17 años, comenzó su año de acción política y militar, al que siguió un año de dolorosa pasión que finalmente la llevó morir en la hoguera. Obedeciendo a la voz de Cristo y del príncipe de los ejércitos celestiales, participó en el asedio de Orleans comandando al ejército francés. Los testimonios de soldados y oficiales con los que compartió espacios, hablan de la modestia de su comportamiento. Cuando se unió a la milicia, con su espada ahuyentó a las prostitutas del campamento. Sus soldados la entendieron, y su virtud heroica los inspiró a amarla y seguirla.
Es asombroso que una granjera adolescente y sin entrenamiento militar estuviera al frente del ejército, y que tuviera tantos éxitos en el campo de batalla. Ella nunca fue una figura decorativa sino que se empeñó en la estrategia guerrera y el uso de su fuerza en la vanguardia de asalto. Elevó la moral del ejército francés y la mantuvo alta, en gran parte evangelizando a los soldados y ayudándolos a comportarse como cristianos. Según oficiales que estuvieron con ella, fuera del ambiente militar Juana de Arco era un alma cándida e inocente, pero en asuntos de guerra actuaba como el más experimentado general.
Su año de pasión, el último de su vida, lo marcó un proceso de condena en el que participaron ingleses que se habían hecho cómplices de algunos franceses. Cayó prisionera y le hicieron un juicio en el que participaron eclesiásticos de París. Ella apeló al papa, pero el tribunal no se lo permitió, y así la llevaron a morir en la hoguera. Juana pidió a un sacerdote que sostuviera la cruz delante de las llamaradas, y así murió, mirando a Cristo crucificado y pronunciando su santísimo Nombre.
Veinticinco años después se hizo un proceso de nulidad en el que se declaró nula la sentencia. Muchos testigos y teólogos favorables a Juana dieron testimonio de su santidad de vida. Se puso de relieve su inocencia y su fidelidad a la Iglesia. Fue canonizada en 1920 por Benedicto XV.
Algo nos dice la vida de santa Juana de Arco. Crear una ciudad mundial con una única autoridad política, económica y militar que uniforma la manera de pensar de todos, sin tomar en cuenta las diferencias culturales y las raíces históricas y religiosas, es una violencia contra la humanidad. El proyecto globalista destruye el amor a la tierra y a la familia, y se atreve a atentar contra la identidad más honda del ser humano, que es su propia sexualidad. Un proyecto así no viene de Dios, sino del enemigo de la humanidad.
No debemos inclinarnos en reverencia ante el proyecto globalista, sino resistirlo. Vivimos en territorios y culturas propias que son la casa que Dios nos ha dado para habitar, y en las que Él se manifiesta para nuestra salvación. Que la vida de santa Juana de Arco –mujer enamorada de Jesucristo e hija fidelísima de la Iglesia– nos impulse a defender nuestras tierras, costumbres y tradiciones, mirando a Jesucristo como nuestra fortaleza.
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Padre Eduardo Hayen:Blog del Padre Hayen
El P. Eduardo Hayen, director del semanario Presencia de la diócesis mexicana de Ciudad Juárez
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