Ante el eclipse que vimos el 8 de abril en buena parte del hemisferio norte de la Tierra, los cristianos hemos visto este fenómeno astronómico como de hijos de Dios que se asombran ante las obras maravillosas del Padre celestial, y no como evento de mal agüero.

1. Precisión de las leyes del universo
El 11 de julio de 1991, Jacobo Zabludovsky informó sobre el eclipse total de sol que se manifestó en México aquel día. Y anunció: “Esto que estamos viendo no ocurrirá de nuevo, sino hasta el 8 de abril del año 2024 para los habitantes de la República Mexicana”, dijo el periodista. Y así fue.

La NASA ha anunciado que el próximo eclipse total de sol será el 30 de marzo de 2052. Esta precisión de los astrónomos para predecir los eclipses es una muestra del orden asombroso que existe en el Universo. Las leyes que rigen el cosmos son tan precisas que se pueden anunciar fenómenos a siglos de distancia. ¿Cómo es posible tanta precisión? ¿De dónde viene ese orden cósmico?

2. Una mirada contemplativa
La belleza y majestuosidad que observamos, desde los fenómenos astronómicos como son las galaxias, cometas, estrellas y eclipses, hasta en los mínimos detalles que tiene la creación visible en el reino vegetal y animal provocan, en el hombre humilde, un sentimiento de estupor. Por eso el salmista exclama admirado: “Los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal 18,2).

Enseñaba en sus catequesis san Cirilo de Jerusalén: “Haría falta que los hombres se asombraran de admiración, no sólo por la creación del sol y de la luna, sino también por el coro tan bien ordenado de los astros y sus rotaciones libres de impedimentos y las amanecidas de cada uno a su tiempo; y cómo unos son signos del verano, mientras que otros lo son del invierno; cómo unos muestran el tiempo propicio para la siembra, y otros el comienzo de la navegación”.

El eclipse del 8 de abril nos invita a reconocer que la gloria de Dios se manifiesta en la naturaleza. Dice san Pablo que “los atributos invisibles del Señor, como su poder eterno y su divinidad, se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo por medio de sus obras” (Rom 1,19-20). El alma abierta a la contemplación de la creación puede descubrir la huella de su Autor. “Sólo el hombre necio se extravía en sus razonamientos y su mente queda en la oscuridad” (Rom 1,21).

3. Las estrellas no prevén el futuro
En sus cartas, san Agustín enseñaba la utilidad que podemos tener a través de la observación de los astros. Nos sirve para descubrir las cualidades del aire, cosa muy útil para los agricultores. Así también los navegantes observan los astros para orientarse, y hacemos alusión a las estrellas para describir realidades metafóricamente. “Pero todo esto –decía el santo– es cosa muy diferente de esas otras vanidades de los hombres, que observan la posición de los astros, no para averiguar la condición del aire, ni la dirección del rumbo, ni la semejanza con realidades espirituales, sino para descubrir los sucesos fatales de las cosas”. No atribuyamos, entonces, propiedades mágicas a los eclipses.

Ante los fenómenos astronómicos no faltan los falsos profetas que tratan de interpretarlos haciendo pronósticos fatalistas, y que engañan anunciando calamidades que se avecinan. Es una franca tontería creer en los horóscopos, o tener miedo a los eclipses, al paso de los cometas, a las lluvias de meteoros, a las lunas rojas o a la conjunción de los planetas. Son fenómenos en los que no está escrito nuestro destino. Tampoco están hechos para hacernos temblar de pavor, sino para suscitar asombro y elevar el alma en alabanza hacia Dios Creador. Mientras que en otras culturas al sol y a la luna se les ha visto como deidades, el cristianismo las contempla como criaturas buenas que reflejan la belleza de Dios, su creador, y que sirven a sus designios.

4. Dios cuida el firmamento y la vida de los hombres
Si los fenómenos atmosféricos nos parecen asombrosos, recordemos siempre que en el centro de la creación visible está el hombre: “Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y la estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides?” (Sal 8,4-5). Somos, la raza humana, la obra cumbre de la creación y su imagen en el universo visible.

En una catequesis sobre el salmo 18, enseñaba san Juan Pablo II que así como Dios ha puesto un orden en el cosmos y cuida de su creación, Él nos custodia con su Palabra: “Dios ilumina a la humanidad con el fuego de su Palabra contenida en la Revelación bíblica”. Si el sol con su luz alumbra el universo como una epifanía cósmica de Dios, la Palabra divina también tiene rasgos solares: “Los mandamientos del Señor son luz de los ojos” (Sal 18,9). Para los cristianos sea el eclipse una figura del misterio de Cristo, que como Sol hace su salida de la oscuridad del sepulcro para entrar en la vida plena de la Resurrección.

Para los cristianos sea el eclipse una figura del misterio de Cristo, que como Sol hace su salida de la oscuridad del sepulcro para entrar en la vida plena de la Resurrección.

*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Pbro. Eduardo Hayen Cuarón

Ordenado sacerdote para la Diócesis de Ciudad Juárez, México, el 8 de diciembre de 2000, tiene una licenciatura en Ciencias de la Comunicación (ITESM 1986). Estudió teología en Roma en la Universidad Pontificia Regina Apostolorum y en el Instituto Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia. Actualmente es párroco de la Catedral de Ciudad Juárez, pertenece a los Caballeros de Colón y dirige el periódico www.presencia.digital

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