Vivimos tiempos difíciles para la proclamación del Evangelio. Fray Nelson Medina ha denunciado, en un reciente mensaje, el rechazo que la sociedad en general tiene hacia el cristianismo. A este repudio Jesús lo llamaba “el odio del mundo” hacia los cristianos. Odio que a veces puede tomar la forma de una persecución violenta, pero no siempre es así, sino que puede manifestarse de otras formas. Fray Nelson las señala con cinco palabras que inician con letra “i”.
Indiferencia en primer lugar. Para el mundo contemporáneo el Evangelio de inútil, no cuenta. Nietzsche proclamó la muerte de Dios y el mundo se lo creyó. Esa esperanza, esa llamada a la conversión, esa alegría sobrenatural y esa novedad perenne que trae del cristianismo, no dice nada al hombre de hoy. Sin embargo el mundo se interroga por los crecientes niveles de ansiedad y depresión, y el alarmante aumento en el índice de suicidios, sobre todo en adolescentes y jóvenes. El mundo a dejado de mirar a la luz y decide refugiarse en la oscuridad y en la nada.
Luego la irrelevancia. Los políticos, las universidades y los medios de comunicación dicen que el legado que trajo el Evangelio a nuestras tierras no tiene importancia. Sucede en muchos países, por ejemplo en México; se señala todo lo negativo que trajo la hispanidad, pero nunca se reconoce el inmenso cúmulo de bienes humanos, sociales y espirituales que aportaron España y la Iglesia Católica para el bien de la nación. Todo ese legado de bondad es irrelevante y únicamente cuenta lo negativo. Avergonzar a los pueblos de su historia y querer comenzarlo todo con un borrón y cuenta nueva es cortar las raíces de la cultura y empezar a crear un caldo de cultivo para la violencia y la guerra.
Después, la imposición. Se hace percibir al evangelio como una camisa de fuerza que restringe la libertad de las personas: ¿por qué Dios prohibe hacer lo que nos da la gana? Cuando el mundo secular habla del cristianismo, lo presenta como un manual de prohibiciones. Si bien es cierto que los cristianos tenemos un código de conducta que nace de los mandamientos de Dios, estos preceptos y prohibiciones son una bendición, una protección para la persona humana que trae el bienestar social; son reglas que tienen como fin la felicidad y la plenitud del hombre. El liberalismo desemboca en una anarquía que destruye el orden social.
En cuarto lugar está la infelicidad. Hay un prejuicio que se cultiva en el mundo incrédulo, y es que el Evangelio no deja ser feliz a la gente. Se dice que la Iglesia pretende imponer la religión para que los creyentes sean desdichados. Es un prejuicio que se propaga en el mundo incrédulo, que confunde la diversión y el bienestar con la alegría profunda y sobrenatural que brota del encuentro con Cristo. Gustar, ya desde ahora la vida futura con Dios no hace infeliz a nadie, sino todo lo contrario. Sin embargo hay que reconocer que el mundo tiene razón cuando alimenta su prejuicio al ver la mediocridad espiritual en que vivimos muchos cristianos. Por nuestra tibieza se rechaza el mensaje de Cristo.
Finalmente, la ilegalidad. El mundo tiene su propia manera de pensar y la fe cristiana no tiene cabida en ella. Pensar cristianamente se vuelve ilegal. La ilicitud es obvia en China, Corea del Norte y en países musulmanes. Pero también en Occidente, sobre todo en asuntos vida y familia. Cada vez son más prohibidas las enseñanzas de la Iglesia sobre sexualidad. Un médico que se niega a practicar abortos se arriesga a ver obstaculizada su profesión. El psicólogo solicitado por una persona con atracción al mismo sexo que le pide ayuda para reformar su tendencia, corre el riesgo de perder su licencia profesional.
En esta cultura decadente, los cristianos que creemos realmente en Cristo y amamos nuestra fe católica somos germen de una nueva humanidad que Dios hará crecer según sus tiempos y designios.
En un sermón san Agustín escribe: “¿Te extrañas de que se derrumba el mundo? Extráñate de que el mundo haya envejecido. Uno es hombre: nace, crece, envejece. Múltiples son los achaques de la vejez: aparecen las dos, las flemas, las lagañas, la angustia y la fatiga. Así pues, envejece el hombre y se cubre de achaques; envejece el mundo y se cubre de tribulaciones. No te adhieras a este mundo envejecido y anhela rejuvenecer en Cristo, que te dice: el mundo perece, el mundo envejece, el mundo se viene abajo y respira con dificultad a causa de su vejez. No temas; tu juventud se renovará como la del águila”.
La solemnidad de la Ascensión del Señor es una invitación a que los cristianos mantengamos la cabeza y el corazón levantado hacia los bienes de arriba, y sigamos desafiando, con nuestra predicación audaz, a la tristeza del mundo prejuiciado e incrédulo.
Padre Eduardo Hayen:Blog del Padre Hayen
El P. Eduardo Hayen, director del semanario Presencia de la diócesis mexicana de Ciudad Juárez
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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