Los seres humanos siempre hemos buscado comprender la realidad de la vida y nuestro ser en el mundo. Hace décadas se insistía en que el único criterio válido para interpretar el misterio de la creación era a través de la razón o de la ciencia. Hoy nadie cree que eso es suficiente para comprender la existencia. Aparecieron ideologías como el comunismo, el liberalismo, el feminismo, la ideología de género o el reciente ecologismo que también hacen sus lecturas de la realidad desde sus particulares puntos de vista, muchos de ellos sesgados y torcidos.
La Iglesia Católica también nos ofrece un mapa de la realidad que es necesario conocer para tener definido nuestro ser y quehacer en el mundo, y no perder de vista lo esencial, que es llegar a contemplar a Dios en la vida futura. En el Credo decimos “Creo en Dios… creador de todo lo visible y lo invisible”. ¿Qué significa esto? La vida de Dios y la vida de las criaturas, visibles e invisibles, se realiza en tres grandes dimensiones: el mundo sobrenatural (CIC 199-227), el mundo preternatural (CIC 328-330) y el mundo natural (CIC 337-343).
La dimensión sobrenatural es Dios mismo. El Ser supremo sobrepasa nuestra experiencia. Dios es el creador de todo lo que existe, es el Ser por excelencia, el acto puro. Por la divina Revelación sabemos que la esencia de Dios es el amor. ¡Dios es amor! (1Jn 4,8); es la comunión infinita y eterna entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Conocer estas realidades sobrepasa nuestra inteligencia, y tener acceso a ellas está por encima de nuestra voluntad. Sólo por la gracia de Dios podemos introducirnos en esta dimensión de la existencia.
La dimensión preternatural -más allá de lo natural- es el mundo de los ángeles, seres espirituales, inteligencias sublimes que fueron creados buenos, pero que por rebeldía a Dios muchos de ellos se convirtieron en demonios (CIC 391-395). San Agustín en “La Ciudad de Dios” enseña:
Porque cuando Dios dijo: «Hágase la luz, y fue la luz», si se justifica entender en esta luz la creación de los ángeles, entonces ciertamente ellos fueron creados participantes de la luz eterna que es la Sabiduría inmutable de Dios, por el cual todas las cosas fueron hechas, y a quien llamamos el Hijo unigénito de Dios; para que ellos, siendo iluminados por la Luz que los creó, puedan convertirse ellos mismos en luz y ser llamados «Día», en participación de esa Luz y Día inmutable que es la Palabra de Dios, por quienes ellos mismos y todo lo demás fueron creados.
Los ángeles buenos, por su virtud, son partícipes del mundo sobrenatural, mientras que los ángeles rebeldes, por su rebelión, fueron degradados en su preternaturalidad.
La dimensión natural es la creación visible: lo que vemos, olemos, gustamos, oímos y tocamos. A esta dimensión pertenecen los minerales, los vegetales, los animales y los seres humanos. Aunque los seres humanos también pertenecemos a la dimensión espiritual por nuestra alma inmortal.
La enseñanza de Aristóteles sobre la existencia de las almas es muy válida. Dice que, mientras que los minerales son seres inertes, los vegetales tienen alma vegetativa y los animales tienen alma sensitiva. Cuando se desorganiza la materia de plantas y animales, el alma de estos seres se destruye completamente. No ocurre lo mismo con el alma humana.
Solamente el hombre fue creado con un alma espiritual, es decir, además de tener funciones vegetativas y sensoriales, está dotado de inteligencia que le permite buscar y contemplar la verdad; y de voluntad que le permite rechazar el mal y adherirse al bien. Esta alma espiritual fue insuflada por Dios en el momento de la concepción, y a partir de ese momento, se vuelve inmortal (CIC 362-367). Al contemplar nuestra grandeza nos llenamos de asombro: somos una síntesis maravillosa de la creación en la que se fusionan elementos minerales, vegetales, animales y espirituales. ¡Formados del barro de la tierra y llamados a un destino inmortal y eterno!
El ser humano nunca fue creado puramente en estado natural, sino que fue creado con dones preternaturales y elevado al orden sobrenatural por medio de la gracia santificante, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo. Los dones preternaturales eran la inmortalidad; la impasibilidad por la que no conocía la enfermedad o el sufrimiento; el dominio sobre las pasiones y una sabiduría venida de lo alto para que alcanzara su fin sobrenatural. Así nos lo enseña la teología espiritual. Para profundizar recomiendo el libro de Adolph Tanquerey “Teología ascética y mística”. Lo mismo ocurrió con los ángeles, quienes no fueron creados únicamente en estado preternatural, sino que fueron elevados al mundo sobrenatural por la gracia santificante.
Redimidos por Cristo, los seres humanos podemos recuperar la amistad de Dios y, aunque los dones preternaturales que fueron perdidos por el pecado original ya no recobraremos en nuestra vida terrena, sí podemos participar de la vida divina a través de la gracia, y ser herederos de la promesa de Cristo, que es participar en la vida eterna de Dios.
Ante el asedio continuo de las ideologías materialistas y ateas que proponen visiones deformadas de la realidad, nada hay más liberador que conocer este estupendo mapa espiritual para recorrer los caminos de la vida y evitar el extravío. Viviendo una vida en el Espíritu y siguiendo a Jesucristo, con su gracia, podremos participar de la promesa de contemplar el rostro del Padre, compartiendo la gloria con el mundo angélico y con la pléyade de los santos.
Texto publicado originalmente en el Blog del padre Hayen.
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