Texas está a punto de convertirse en el estado más grande de Estados Unidos que obligue a las escuelas públicas a exhibir una copia de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios. Si la ley se aprueba, todas las aulas escolares tendrán que exhibir un cartel de 40 por 50 centímetros con los preceptos que Dios dio a Moisés en el Monte Sinaí entre los siglos XV y XIII antes de Cristo. Es un asunto espinoso, sin duda, y, al mismo tiempo, esperanzador.
Algunas organizaciones de la sociedad civil lanzaron fuertes críticas contra la iniciativa y amenazaron con levantar una demanda a la norma. Básicamente son tres las objeciones de estos grupos: la nueva ley atenta contra el principio de la separación Iglesia-Estado; discrimina a los no creyentes; e impone una versión del texto bíblico aceptable a los bautistas y evangélicos pero que no comparten los católicos, judíos y ortodoxos.
Quienes apoyan la iniciativa argumentan que se trata una herramienta educativa que destaca el legado espiritual, moral y judicial de los Estados Unidos. La iniciativa es bastante sensata y muy conveniente por las siguientes razones:
Primero, los Diez Mandamientos vienen de la tradición religiosa que fundó a Estados Unidos como nación –el cristianismo– y para mantener la identidad nacional es necesario que la nación se alimente de sus raíces. El papa Francisco, en diversas ocasiones subrayó la importancia de que un pueblo mantenga vivo el contacto con sus historia y se alimente de sus tradiciones para poder así dar frutos. De otra manera los pueblos se secan al no alimentarse de sus raíces fundacionales.
Segundo, colocar los Diez Mandamientos en las escuelas no es imponer ninguna religión, sino una gran ayuda para descubrir nuestra propia humanidad. Nos recuerdan que el hombre tiene una dignidad altísima, superior al resto de los seres de la creación. Por el contrario, cuando creemos que el hombre es solamente un ser más entre el resto de la creación, nos degradamos y terminamos por adoptar conductas contrarias a nuestra dignidad. Los mandamientos nos recuerdan que estamos llamados a vivir como hijos de Dios, a imagen y semejanza de quien nos creó. Colocarlos en las escuelas tendría, a largo plazo, un efecto humanizador para los alumnos y para la sociedad.
Tercero, en tiempos de relativismo hemos perdido toda brújula moral. El criterio actual de moralidad es que cada quien obre libremente mientras no dañe a otras personas. “Si Dios no existe, todo está permitido”. Este criterio es falso porque termina por hacer cada día más difícil, si no es que imposible, la vida en comunidad. Su aplicación conduce rápidamente a las peores esclavitudes que acaban por dañar el bien común. Una sociedad sin un “ethos” –un sistema de valores y conductas común– carece de una dirección y tiende a su desintegración.
Cuarto, los Diez Mandamientos suponen creer en el hombre. Los preceptos nos ponen ideales altos. Una nación debe poner ideales altos a los hijos porque se les ama, se cree en ellos y se cree que pueden sacar lo mejor de sí mismos. Cuando a los hijos no se les pide nada y se les dice que cada quien desarrolle su personalidad como quiera, sin ningún código moral, “mientras no hagan daño a otros”, en realidad no se les quiere.
Quinto, la sociedad en que vivimos, desde el sistema educativo, nos recalca que sólo tenemos derechos y más derechos. En las últimas décadas se han creado nuevos derechos que, en realidad, no existen. Por ejemplo los derechos sexuales y reproductivos, entre ellos el aborto; o la llamada “muerte digna” que es la eutanasia. Cuando una sociedad nunca nos recuerda que también tenemos deberes está engendrando personas egoístas y sin responsabilidades. Derechos y deberes nunca se deben separar. Los Mandamientos son un recordatorio de nuestros deberes.
Sexto, hay que señalar que los Diez Mandamientos no son una ley que Dios quiere imponer al hombre dándoselos en unas tablas de piedra, sino que antes están inscritos en el corazón del hombre. Son “ley natural”. Son cognoscibles por la razón, sin necesidad de ser cristianos. Amar a Dios es natural al hombre; honrar a los padres es natural; respetar la vida es natural; respetar los bienes ajenos es natural. ¿Por qué entonces necesitamos los Mandamientos por escrito? Por la razón de que el pecado nos ha borrado todo sentido del bien y del mal y nos hemos confundido. Es necesario tener un recordatorio permanente para no perder la brújula.
Esperamos que esta ley pueda hacerse realidad no sólo para las escuelas de Texas sino para las de todo el mundo occidental. Y no sólo para las escuelas. Sería magnífico que estuvieran presentes en cada hogar y en todo edificio público. Quizá el barco de nuestra cultura occidental pudiera comenzar a nivelarse.
Artículo publicado originalmente en el Blog del P. Eduardo Hayen
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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