Roma será la locura en 2025. Me refiero al enorme número de peregrinos que viajarán a la Ciudad Eterna para cruzar la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Estamos ya muy cerca el inicio del Jubileo 2025. Quienes con devoción y arrepentidos de sus pecados crucen por esa bendita puerta, que el papa abre cada 25 años, es porque han escuchado el llamado de Dios que los invita a una renovación profunda en su vida espiritual y a confiar en su misericordia.
Recuerdo aquel 24 de diciembre de 1999 cuando tuve la gracia de estar presente en esa estremecedora ceremonia en la que san Juan Pablo II abrió la Puerta Santa de la basílica petrina. Fue un momento lleno de solemnidad y cargado de emoción espiritual. Tuve la sensación, al atravesar ese umbral, de dejar atrás el tiempo para pisar un pedacito de la eternidad. Sentí que era como ponerme a salvo de los peligros del mundo y entrar en un recinto sagrado, donde me aguardaba el único Salvador del mundo, el que es la Puerta por donde entran las ovejas, Jesús el Señor.
Conozco muchas personas que han abandonado toda práctica religiosa; para ellos el Año Jubilar pasará como pasan los días del calendario, sin que el tiempo signifique algo para ellos. Es penoso y hasta aterrador. Los indiferentes a la religión son como los viajeros que encuentran en su camino un río caudaloso que hay que atravesar. Ignorando los peligros de cruzar el afluente, no ponderan la profundidad del agua y se arrojan sin mirar por dónde. Lamentablemente así viven quienes no reflexionan en la gran cuestión de la salvación, y como resultado llevan una vida mundana y pecaminosa que pone en riesgo el destino supremo de sus almas.
Sería bellísimo que todos pudiéramos cruzar la Puerta Santa en Roma, pero es evidente que la mayoría nos quedaremos en nuestras ciudades y pueblos. Es en nuestras diócesis donde viviremos el Jubileo 2025. Seguramente habrá signos jubilares y actividades especiales que nos ayuden a despertar de nuestra negligencia, y descubrir que la salvación eterna del alma es lo que más importa en la vida. No podemos vivir indiferentes, como si la muerte, el juicio, el infierno, el cielo y la vida eterna no fueran verdades de fe, sino fábulas inventadas por la Iglesia. El Jubileo nos invita a confiar en la infinita misericordia de Dios que nos quiere perdonar todo.
Muchos mexicanos han puesto todas sus esperanzas en el proyecto de la Cuarta Transformación propuesta por el gobierno; son miles los ciudadanos del mundo que se postran ante Donald Trump, Milei o Bukele. Esto es peligroso. No saben que, al final, quedarán decepcionados. Ningún político puede brindar la gracia de Dios ni la salvación para la vida eterna, sino sólo Jesucristo: “En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Mt 16,26).
El Jubileo 2025 tiene un lema hermoso designado por el papa Francisco: “Peregrinos de la esperanza”. ¿De qué esperanza hablamos? Es cierto que tenemos esperanza en obtener salud. ¿Qué no haríamos por conservarla o recuperarla? Personas con cáncer se someten a costosos tratamientos y cirugías para erradicarlo. Muchos ponen todo su esfuerzo en adquirir conocimientos y hacer carrera. Otros piensan en su buena fama y pagan abogados por librarse de las calumnias. Hay quienes trabajan hasta el agotamiento por hacer crecer su patrimonio. Pero estas son esperanzas con “e” minúscula. Los creyentes hemos de ser portadores de la gran Esperanza de la vida, que es tener a Cristo en el corazón y dar la vida por Él.
El gran peligro es que sólo nos dediquemos a las cosas del mundo y olvidemos la razón última de nuestra existencia. San Ignacio pegó en el clavo: “El hombre fue creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a conseguir el fin para el que fue creado”. Esta no es sólo una razón sino la única razón de existir en la tierra.
El 29 de diciembre iniciaremos el Año Jubilar 2025 en las diócesis del mundo, con una fuerte llamada a la conversión, a la reconciliación con Dios y a renovar nuestra Esperanza. Nos recordará que el tiempo es fugaz y pasajero, que nuestro paso por la tierra es únicamente un ensayo y preparación para la vida que ha de durar eternamente. Sigamos con fe firme y en oración preparándonos para esa gran fecha.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe
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