Hace tiempo conocí a una persona que, con gran piedad y devoción, acudía diariamente a la Eucaristía. Me pareció extraño que, durante la homilía, cuando en ocasiones yo abordaba el tema de la persecución sandinista al obispo Rolando Álvarez y a los católicos de Nicaragua, esa persona se levantaba de su lugar, e indignado abandonaba el templo. Sucedió varias veces hasta que tiempo después recibí una carta donde la persona lamentaba mucho que yo fuera un sacerdote “fascista” y que por ese motivo decidía abandonar la parroquia.
Lamento que haya católicos que sean más fieles a las ideologías que a las enseñanzas de la Iglesia. Cuando en la predicación sagrada se denuncian temas sensibles, tales como los nuevos libros de texto con los que el gobierno de México quiere adoctrinar e hipersexualizar a los niños, el aborto o la ideología de género, esas personas se ofuscan, se enfadan y se ponen mal con uno. Después de leer un artículo que escribí sobre la nueva escuela mexicana, molesta me reclamaba una mujer: “Padre soy católica pero la educación es laica, respete a nuestras autoridades y eruditos. Respete para que nuestra religión sea respetada”.
Para ella y para muchos, ser católico es una segunda opción. Les da vergüenza parecer demasiado católicos, no sea que los tilden de fanáticos. Por eso prefieren ser más leales al partido político que a su fe cristiana; eligen vivir más como ciudadanos del mundo que como ciudadanos del cielo.
¿Por qué la Iglesia no cambia muchas cosas de su vida interna? ¿Por qué no se sube al tren de los cambios culturales? ¿Por qué la Iglesia sigue aferrada a sus estructuras –como es la familia de padre y madre– y no se esfuerza por ser más semejante al resto de la sociedad? ¿Por qué no cambia las enseñanzas de moral sexual? Estas son quejas y lamentos de muchos católicos que quieren una reforma de las enseñanzas de la Iglesia a los tiempos modernos. La respuesta es: los cambios en las expresiones de la fe son buenos si saben utilizar un lenguaje accesible y cercano al hombre de hoy. Pero son muy malos y peligrosos si alteran la doctrina perenne que viene de Jesucristo y los Apóstoles.
Un buen católico no puede dar prioridad a una ideología política antes que a su fe cristiana. Muchos no comprenden que estas ideologías se fundamentan en visiones que no corresponden a la realidad del hombre y de la sociedad, y por eso la Iglesia mantiene una postura crítica frente a ellas. Así lo hizo con el liberalismo, el nazismo, el socialismo y ahora con la ideología de género. Solamente el Evangelio nos revela quién es realmente el hombre y cuál es su vocación.
El católico debe mantener una postura crítica a lo que sucede en el mundo de la política y, en cambio, debe guardar celosamente ese tesoro que conocemos como el Depósito de la Fe. Este depósito es la maravillosa riqueza de las enseñanzas que Dios ha revelado en la Sagrada Escritura –Palabra de Dios escrita—, en la Tradición –Palabra de Dios oral– y que son rectamente interpretadas por el Magisterio de la Iglesia. Es un depósito sagrado, perenne e inalterable. Es el cúmulo de enseñanzas que viene de lo Alto que nos ha sido dado por Dios como don, no para alterarlo, sino para beber de él y alimentarnos de su enseñanza.
Es un error mortal entregar el corazón a las ideologías humanas. Estas pasan con el tiempo y desaparecen. Se hacen obsoletas con los años. Pero la Revelación de Dios es eterna: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). Como Pueblo de Dios tenemos la encomienda de conservar, practicar y profesar este sagrado Depósito. Conservarlo es no acomodarlo a ninguna ideología política; no es Cristo quien debe adecuarse a nosotros, sino nosotros a su Revelación. Practicarlo es adecuar nuestra conducta a lo que Cristo nos enseña. Y profesarlo es ser conscientes de que no lo hemos recibido sólo para nosotros como un privilegio, sino para ser testigos vivientes de él.
Cuando predicamos en la homilía, los sacerdotes podemos ser incómodos sobre todo cuando se tocan temas políticos o temas sensibles. A muchos les fastidia la palabra “Jerarquía” de la Iglesia porque, justamente bajo el influjo del marxismo, miran a la Iglesia como lucha de clases y de poder. Pero esa es una visión distorsionada de la realidad de la Iglesia. La Jerarquía es la estructura que Cristo quiso para dar cohesión y forma a su comunidad, y no para que ésta fuera como un molusco amorfo.
Veamos siempre al episcopado y al sacerdocio como vocaciones y carismas del Espíritu para el servicio de la Iglesia, que han de ejercerse con amor humilde. Así que, cuando algún cura nos hable de temas incómodos, sepamos que Dios, por ese medio, quiere mantenernos en la verdad y preservarnos de los errores de las ideologías.
Padre Eduardo Hayen: Blog del Padre Hayen
El P. Eduardo Hayen, director del semanario Presencia de la diócesis mexicana de Ciudad Juárez
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