Uno de los tiempos más preciosos que los sacerdotes tenemos durante el año son nuestros ejercicios espirituales. Aunque seas laico, déjame hablarte de ello porque puede serte provechoso. Los ejercicios consisten en una serie de reflexiones impartidas por un predicador durante algunos días, con una temática específica sobre la relación que tienes contigo mismo y con Dios. Sirven para despertar o reavivar tu vida interior, para poner orden tu propia existencia y orientarla al cumplimiento de la voluntad de Dios.
El lugar y el ambiente que rodea los ejercicios es importante. Debe ser un sitio donde puedas sentirte retirado de tu vida ordinaria, preferentemente en algún lugar solitario. Personalmente los hice en días pasados, del 15 al 19 de mayo en una pequeña población llamada Jesús María, en el estado mexicano de San Luis Potosí, en la casa de ejercicios de los Misioneros del Espíritu Santo. Es una gran casa de retiros, con amplios y bellos jardines, donde se puede pasear para meditar y orar.
De los más de treinta sacerdotes que se esperaban, los únicos que se inscribieron para esa tanda de ejercicios fuimos el padre Juan Orona y yo. Por una parte fue una gracia de Dios porque nos trajo la ventaja de tener al padre Marcos Alba predicando únicamente para nosotros dos, en una atmósfera más coloquial y confidencial. Por otra, lamento que otros sacerdotes se hayan perdido de la riqueza espiritual de esos días. Es inusual celebrar la Eucaristía diaria solamente tres sacerdotes, así como también la Hora Santa, pero tuve la sensación de tener mayor intimidad con Cristo.
Los ejercicios son un tiempo privilegiado para que estés con el Señor, el mayor tiempo posible. Hay que orar más de lo que lo hacemos en la vida ordinaria. Es necesario hablarle, escucharle, derramarle la propia vida, descansar en Él. Es también importante recordar, hacer memoria del paso de Dios por tu historia, para volver a darle el corazón. Si eres persona que recuerdas lo que Jesús ha hecho por ti, podrás renovar tu entrega. Si por el contrario olvidas, pierdes la memoria de las intervenciones de Dios en tu camino, y te quedas sin esas raíces que son el sustento de tu vida.
Muy favorable para nuestros ejercicios fue la presencia espiritual de la beata Conchita Cabrera de Armida, –esposa, madre, mística y apóstol–, quien vivió entre 1862 y 1937 y quien inspiró las Obras de la Cruz. Ella nació y vivió algunos años de su vida en la ciudad de San Luis Potosí, y gustaba ir de vacaciones con su familia a la hacienda de su hermano, en Jesús María, donde Jesucristo se le aparecía caminando junto a ella por el huerto. Ese huerto es hoy un santuario, un lugar místico para el recogimiento y la oración de los ejercitantes y peregrinos. ¡Qué mayor bendición que hacer ejercicios en lugares sagrados, donde la huella quemante de Dios quedó impresa en la historia!
Si te decides hacer ejercicios, para sacarles el mayor provecho, trata de hacerlos en silencio. Son días para que escuches con más claridad la voz de Dios y sintonices con tu propio corazón. El silencio es una condición para escrutar la propia casa interior. “En silencio se ve el yo en crudo”, decía Conchita. Esto puede causarte temor, incluso miedo porque no estamos habituados a ello. Anteriormente yo ya pasé por esa experiencia de miedo al silencio. En las ciudades nos hemos habituado a vivir en una selva de ruido constante que no permite mirarnos el alma, y mirar el alma puede causar espanto, sobre todo cuando el mal la ha contaminado y la ponemos frente a Dios, nuestro Creador. Sin embargo el esfuerzo por lograr vivir en más silencio es necesario para que alcancemos madurez humana y cristiana.
El ruido del mundo en el que vivimos sofoca la voz de Dios. Me atrevo a decir que esta sordera del hombre es demoníaca y desemboca, tarde o temprano, en violencia. Cuando no te preguntas quién eres, de dónde vienes, a dónde vas, para qué estás en la vida, cuáles son tus pasiones, tus amores y deseos, y qué se esconde al otro lado de la muerte, te conviertes en una persona sin raíces espirituales. Sin cultivar la vida interior, nada te unifica, pierdes profundidad y vives en la frivolidad del mundo. Los ejercicios espirituales te hacen buscar la amistad más bella, la de Jesús, y así Él te concede la gracia de transformarte, poco a poco, en un hombre o una mujer de Dios.
La gente gusta irse de vacaciones a lugares lejanos, y está bien. Es necesario el descanso. Pero hacer ejercicios espirituales es el tiempo más precioso, el mejor tiempo invertido en la vida. No hay viaje más emocionante ni aventura más grande, ni final con tanto gozo.
Padre Eduardo Hayen:Blog del Padre Hayen
El P. Eduardo Hayen, director del semanario Presencia de la diócesis mexicana de Ciudad Juárez
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