Se cuenta de una pareja de novios que se encontraban en el campo y decidieron expresarse su amor en medio de la naturaleza. Los mozalbetes llevaron su sábana y la extendieron sobre la fresca hierba, y ahí se entregaron en arrobamientos pasionales. El paraje no era el más apropiado para esos trances amorosos ya que se ubicaba dentro del territorio de una parroquia rural. El viejo párroco que caminaba por ahí, al escuchar ciertos rumores provenientes de entre las malezas, se acercó sigilosamente.
Al escuchar el “disculpen la interrupción”, y viendo al hombre de sotana negra que estaba de pie junto a la sábana, los amantes se quedaron desconcertados. El sacerdote no los reprendió como ellos esperaban, sino que únicamente miró por un momento hacia el cielo estrellado y les preguntó: “Díganme, ¿lo que ustedes están haciendo aquí, qué relación tiene con las estrellas?” Luego prosiguió su camino, dejando la pregunta resonando en la mente de aquellos apasionados.
La pregunta de aquel párroco se puede hacer tantas personas que nacieron después de la revolución sexual de los años 60 y que hoy entregan sus cuerpos en intercambios sexuales sin pensar mucho lo que eso significa. El mismo cuestionamiento se lo pueden hacer tantas personas adheridas a la porno, a la masturbación; o tantos jóvenes a quienes les gusta tomarse selfies sin ropa –hoy tan de moda– para luego intercambiar su pack con otras personas. Vale la pregunta para los que utilizan métodos anticonceptivos o se han operado para evitar la procreación.
La pregunta tampoco está mal para otras víctimas de la revolución sexual como aquellos que han caído en la ideología de género y practican la carnalidad de formas desviadas, o para quienes piensan que nacieron con un cuerpo equivocado y quieren hacer la falsa transición. Pero también la cuestión va dirigida para quienes han optado por la vida célibe, como son los sacerdotes y las religiosas. ¿Qué tiene que ver la sexualidad y nuestra manera de amar con las estrellas, es decir, con el sentido más profundo y trascendente de la vida, y con nuestra capacidad de contemplar a Dios?
Hace 45 años, después de la muerte de Pablo VI, el cardenal Karol Wojtyla llegó de su diócesis de Cracovia a Roma para la elección del nuevo papa. Llevaba un manuscrito que le tomó cuatro años en elaborar. Eran sus pensamientos sobre lo que él llamó “la teología del cuerpo”. Se trataba de profundas reflexiones místicas sobre la creación y redención del hombre y la mujer, según narran las Sagradas Escrituras. Una vez electo Juan Pablo I, el cardenal polaco regresó a su tierra para completar el manuscrito. Pero días después de la muerte inesperada del papa Luciani, Wojtyla regresó a Roma para el nuevo cónclave en el que fue elegido como Juan Pablo II.
Esos manuscritos no fueron publicados en un libro, sino que fueron impartidos por el Papa a toda la Iglesia en una serie de catequesis, durante las Audiencias generales de los miércoles, entre 1979 y 1984. Fueron el más grande proyecto de enseñanza de su pontificado. En sus enseñanzas Juan Pablo II nos da una gran visión sobre lo que significa ser hombre y ser mujer. En un inicio esta novedosa doctrina no fue bien comprendida, pero años más tarde muchos estudiosos empezaron a darse cuenta de que aquellas enseñanzas eran de una maravillosa profundidad teológica, y que tendría repercusiones imponentes en la historia de la teología, la predicación y la educación católica.
Inclusive la comprensión del Credo que proclamamos los domingos en misa tiene que ver con el significado de nuestro cuerpo de hombres y mujeres. El cuerpo humano de uno y otro sexo tienen diferencias evidentes. Es el misterio del cuerpo creado por Dios. Luego estas diferencias sexuales llevan al hombre y a la mujer a formar el misterio de la comunión en “una sola carne”. Esta “una sola carne” es la imagen del misterio de la comunión de Cristo y de su Iglesia. Y esta comunión de Cristo y la Iglesia nos conduce al misterio de misterios: la comunión infinita y eterna que existe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo que decimos en el Credo.
El mundo nos quiere convencer de que el sexo es algo que se puede elegir o intercambiar. También nos dice que cualquier actividad sexual es válida y que no tiene ningún significado. Sin embargo la teología del cuerpo nos enseña que el cuerpo no es únicamente una realidad biológica, sino también teológica. Encierra el misterio de Dios, y lo muestra a través del misterio de la diferencia sexual entre el hombre y la mujer, y el llamado a ser “una sola carne”. El sexo y nuestra actividad sexual expresa quiénes somos, quién es Dios, qué es el amor, cuál es el orden social y, finalmente, cuál es el misterio del universo. La teología del cuerpo nos descubre el significado último de la vida.
Los católicos hemos de aprender a amar como Jesucristo. Esto es clave para ser sus discípulos. Jesús nos enseña que hemos de amarnos como él nos ha amado (Jn 15,12). Esta llamada al amor la llevamos inscrita en nuestros cuerpos. Descubrirlo no es fácil, ya que el orden del amor está seriamente dañado por el pecado. Sin embargo el Señor ha venido a la tierra a restaurar ese orden del amor desfigurado, sea para el matrimonio como también para el hombre en general, es decir, para su manera de amar y de existir en el mundo.
En el tema de la sexualidad existen, entre los mismos católicos, muchos miedos, prejuicios, dudas, reclamos, rebeldías, incomprensiones. Pero si queremos realmente encontrar el significado más profundo de la vida, debemos acercarnos al misterio que se esconde en nuestros cuerpos. Ellos nos revelan las respuestas a las preguntas más profundas: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy? ¿qué es el amor y cómo puedo vivirlo? ¿qué hay más allá de la muerte? Adentrémonos poco a poco en estos grandes misterios y no tengamos temor de explorar la teología del cuerpo. Comprenderemos mejor nuestra relación con las estrellas.
Padre Eduardo Hayen:Blog del Padre Hayen
El P. Eduardo Hayen, director del semanario Presencia de la diócesis mexicana de Ciudad Juárez
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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