El feminismo actual acusa a la cultura cristiana –particularmente a la Iglesia Católica– de haber creado el sistema patriarcal de Occidente, donde la mujer es vista como criatura inferior al hombre. Existe una falsa percepción en el mundo feminista de que, desde el judaísmo y después con el cristianismo, la mujer ha vivido oprimida, subordinada y dependiente del varón.

Con esta narrativa que hoy predomina sobre buena parte de nuestra cultura, las mujeres son fácilmente manipuladas a la rebelión permanente contra el el sexo opuesto. Exigen el aborto como derecho, la paridad de cuotas de género en todos los ámbitos, así como leyes gravemente punitivas a lo que llaman “violencia de género”, que siempre será tal mientras el hombre sea el agresor.

La antropología de la Biblia revela la falsedad de la tesis feminista. El texto del libro del Génesis (2, 22), que relata la creación de Eva formada de la costilla de Adán, expone de una manera metafórica y figurativa la igual dignidad de los sexos. San Juan Pablo II enseña en la Teología del cuerpo que la creación de Eva, a partir de la costilla de Adán, indica que ambos son seres homogéneos, es decir, son de la misma humanidad pero cada uno con sus características propias.

La masculinidad y la feminidad son dos maneras de estar en el mundo, dos modos de ser cuerpo humano hecho a imagen de Dios. Ambas se complementan mutuamente. Son dos modos complementarios de tomar conciencia del significado del cuerpo.

Contrario a la tesis feminista y a otras visiones religiosas que degradan a la mujer, el cristianismo proclama con gozo la igual dignidad de los sexos. Después de que Adán puso nombre a los animales –los animales no son personas– se dio cuenta de que estaba solo como persona en el mundo. Pero al ver el cuerpo de la mujer, exclamó extasiado: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gen 2,23), como diciendo “¡Esta sí es una persona con la que puedo vivir en comunión!”

La admiración, el asombro y el júbilo del hombre por la mujer –y viceversa– aunque quedó expresado magníficamente en aquel primer grito de Adán “¡Está sí es carne de mi carne”!, tendrá una nueva resonancia en el encuentro entre los amantes del Cantar de los Cantares: “¡La voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas” (Ct 2,8). Finalmente, el Nuevo Testamento nos llevará a la culminación del asombro en las palabras de Pablo: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5,25).

La costilla de Adán, de la que fue formada la mujer, nos invita, como cristianos, a contemplar y agradecer a Dios por esta maravillosa complementariedad entre hombres y mujeres, obra de su sabiduría y dato esencial en la Divina Revelación. La narrativa feminista y toda forma de machismo –ambas como fruto podrido del pecado– han llevado a una inútil guerra de sexos, con graves daños para las familias y el tejido social. Descubrir y valorar las riquezas del sexo contrario es piedra fundamental para la armonía de las familias y la estabilidad social.

Pbro. Eduardo Hayen Cuarón

Ordenado sacerdote para la Diócesis de Ciudad Juárez, México, el 8 de diciembre de 2000, tiene una licenciatura en Ciencias de la Comunicación (ITESM 1986). Estudió teología en Roma en la Universidad Pontificia Regina Apostolorum y en el Instituto Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia. Actualmente es párroco de la Catedral de Ciudad Juárez, pertenece a los Caballeros de Colón y dirige el periódico www.presencia.digital

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