La cultura del Antiguo Testamento nos es extraña y familiar. Es extraña porque los libros sagrados que lo integran fueron escritos varios siglos antes de Jesucristo, en contextos muy diversos a los del siglo XXI. Y nos es familiar porque son textos que nos alimentan espiritualmente con la sabiduría de Dios a través de la Historia de la Salvación. Descubrimos, sin embargo, que hay elementos de la cultura de los hebreos que nos parecen primitivos y arcaicos.

Esto lo vemos claramente en la manera en que los guías del pueblo hacían o ratificaban las alianzas con Dios a través de los sacrificios de animales; o la poligamia que practicaban los patriarcas de Israel por la que tenían hijos con diferentes mujeres; también la manera salvaje de hacer la guerra –hoy tenemos una ética de la guerra con corredores humanitarios y formas de tratar a los prisioneros–; o bien la esterilidad en la mujer, que era considerada como una maldición. Todo esto, a quienes vivimos en 2025 nos parece tan rudimentario y tan burdo, que muchos ven a la Biblia como un libro que se ha vuelto insignificante para nuestro siglo, incluso despreciable.

Sin embargo lo realmente sabio y asombroso es descubrir cómo Dios se adaptó a la mentalidad y a la cultura del pueblo de Israel, en cada época de su historia, y a través de los profetas lo fue purificando de sus relaciones erróneas con Dios y con el prójimo, hasta llegar a la culminación de la Revelación en Jesucristo y el Nuevo Testamento. Podemos afirmar que la historia sagrada de Israel y su culminación en el Nuevo Testamento con el cristianismo es la obra del espíritu más grandiosa de la historia de la humanidad. Y aunque hay elementos que son inaceptables de la cultura judía, no pensemos que por ser modernos estamos siempre en lo correcto y somos mejores que aquellos.

Uno de los valores más grandes que hemos de aprender de los hebreos es la fertilidad apreciada como una bendición. “Y lo llevó fuera –Dios a Abraham–, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia.” (Gen 15,5). Hoy nosotros en la cultura occidental tenemos un desprecio por el nacimiento de los hijos como nunca antes se había visto. El que un matrimonio se abra a una procreación generosa es algo muy extraño. Los esposos piensan en la cantidad de gastos que se les vendrán encima con el nacimiento de los hijos y deciden, por lo general, que tendrán uno o dos, a lo máximo. Eso les permitiría –dicen– darle una mejor vida al niño.

En el mundo bíblico, hablando en términos de egresos e ingresos, un hijo era visto como un principio de fortaleza, se seguridad y de riqueza para la familia y el pueblo. Quien no tenía hijos se quedaba sin fuerza de trabajo; sin alguien heredarle el patrimonio familiar que tanto esfuerzo y trabajo costó; sin quién cuidara de los padres ancianos; sin alguien que diera, a la nación, esperanza en el futuro. Hoy resulta aterrador encontrar cada vez más matrimonios voluntariamente estériles que prefieren disfrutar el bienestar que dan los bienes materiales al sacrificio y el compromiso que comporta la crianza de los hijos. Las consecuencias pueden ser espantosas para la familia y la sociedad.

Japón –un país puntero en tecnología– es un país que muere por la falta de hijos. Se habla de la extinción de la raza japonesa en no más de cien años. Sus tasas de fertilidad anuncian la muerte de la nación nipona. Europa no está mejor. Los países europeos han abierto las puertas indiscriminadamente a la fuerza laboral de los inmigrantes, cuya mayoría de ellos provienen de culturas extrañas al cristianismo y con tasas de fertilidad muy superiores a las de los cristianos.

Londres y Bruselas –pertenecientes a países que mueren por esterilidad– tienen la mayor cantidad de musulmanes en ese continente. En Bruselas son el 25 por ciento. Ellos han llegado a Europa con docilidad y sumisión a las reglas, pero no será así cuando sean mayoría. Ellos impondrán sus reglas sobre Europa. ¿Qué sucederá con el patrimonio histórico, cultural y religioso –cristiano católico– que se forjó durante tantos siglos de historia europea? ¿A quién se lo van a heredar para que luego sea despreciado y destruido?

En México ya han empezado a llegar los seguidores de Mahoma. Son alrededor de diez mil. Es una pequeñísima porción de la población en nuestro país. Pero si seguimos con la paupérrima tasa de fertilidad en México de 2.1 hijos por mujer, nosotros iremos decreciendo y ellos, aumentarán año con año. Aprendamos de la cultura de la Biblia el inmenso valor de que nazcan niños. Lo contrario podría ser el fin de nuestra civilización.

*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Pbro. Eduardo Hayen Cuarón

Ordenado sacerdote para la Diócesis de Ciudad Juárez, México, el 8 de diciembre de 2000, tiene una licenciatura en Ciencias de la Comunicación (ITESM 1986). Estudió teología en Roma en la Universidad Pontificia Regina Apostolorum y en el Instituto Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia. Actualmente es párroco de la Catedral de Ciudad Juárez, pertenece a los Caballeros de Colón y dirige el periódico www.presencia.digital

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