Los amores clandestinos siempre son peligrosos. A veces tienen dramáticas consecuencias. Andy Byron y Kristin Cabot trabajaban en puestos directivos en la misma compañía. Ambos tenían sus cónyuges y habían formado sus propios hogares, hasta que en un concierto de Coldplay, en un estadio de futbol de Boston, la “cámara de besos” los captó abrazados y dándose arrumacos. Al verse descubiertos a través de la pantalla del estadio ella, asustada se cubrió el rostro y él, avergonzado, se agachó hacia el suelo. El cantante dijo en el micrófono “Parece que están teniendo una aventura”.

Quizá los amantes pillados en adulterio se habían dicho uno al otro: “mi esposa no me entiende”, “estoy a punto de divorciarme”, “sólo tú me comprendes”, “nadie me había hecho sentir lo que siento contigo” y tantas otras cosas para justificar lo que hoy tantos llaman “amor”.

Andy y Kristin se ocultaron de la cámara porque sabían que estaban traspasando la línea que Dios trazó como límite entre el bien y el mal: “No cometerás adulterio”. El sexto mandamiento no lo estableció el Señor para hacerle a los hombres la vida miserable. Lo dejó escrito en las Tablas de la Ley y en nuestros corazones para enseñarnos a tomar buenas decisiones. Ese mandamiento es como la etiqueta que tiene el tanque de gasolina de un coche nuevo: “sólo gasolina sin plomo”. Si el dueño del coche dice que no le importa lo que diga el fabricante y le pone diesel, tendrá graves problemas con el coche.

Los mandamientos de Dios no son para amargarnos la vida sino para hacernos personas libres. La verdadera libertad no consiste en hacer lo que uno quiera sino lo que sea bueno para la propia vida, lo que esté de acuerdo con la verdad de nuestra humanidad. Al vivir en una relación de adulterio y verse descubiertos, la pareja pillada en el concierto de Coldplay tuvo que pagar las consecuencias de poner diesel a un coche que funciona con gasolina.

El engañador, el padre de la mentira odia nuestros cuerpos. Sabe que el cuerpo humano fue creado para expresar el amor de Dios y ser signo visible del amor divino en el mundo. Primero nos envuelve en la tentación pero luego nos descubre nuestra ruina. El momento en que Kristin se cubrió el rostro y Andy se agachó ante la cámara, evoca el libro del Génesis que describe lo que ocurrió después del pecado de Adán: “Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera” (Gen 3,7).

El mundo proclama el falso eslógan “amor es amor” haciéndonos creer que toda relación es moralmente legítima. Cuando la lujuria nos muerde con su aguijón y la dejamos dominar nuestros cuerpos, vamos por un camino contrario a la verdadera comunión de corazones que Cristo quiere en su Iglesia. Sólo el amor de Cristo crucificado es la medida de nuestros amores terrenos; amor que sabe morir al egoísmo para dar la propia vida por el bien del otro.

Pbro. Eduardo Hayen Cuarón

Ordenado sacerdote para la Diócesis de Ciudad Juárez, México, el 8 de diciembre de 2000, tiene una licenciatura en Ciencias de la Comunicación (ITESM 1986). Estudió teología en Roma en la Universidad Pontificia Regina Apostolorum y en el Instituto Juan Pablo II para Estudios del Matrimonio y la Familia. Actualmente es párroco de la Catedral de Ciudad Juárez, pertenece a los Caballeros de Colón y dirige el periódico www.presencia.digital

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