Jesús en su pasión.
Seguramente sabrás que Jesús dijo, estando en la cruz, “¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27,46). Esto es algo que solo menciona el evangelista Mateo ¿cuál será la razón? ¿realmente el Padre abandonó a Jesús en el momento de su crucifixión? ¿Jesús experimentó la ausencia de su Padre?
En primer lugar, debemos tener en cuenta que, en el pasaje de Mateo, Jesús está pronunciando literalmente el inicio del Salmo 22, el versículo 1.
Entre los escritores bíblicos y los rabinos, era muy común, cuando querían citar un texto bíblico para ilustrar un punto teológico, reproducir literalmente el inicio de todo un pasaje o un libro. De tal manera, que el evangelista Mateo quiere hacer alusión a todo el Salmo 22 para ilustrar teológicamente la experiencia de Jesús.
Por eso, es necesario ir al Salmo para comprender su mensaje y lo que nos quiere comunicar el evangelista.
Dicho Salmo, si bien empieza con una frase que parece de reproche o duda, es solo la manera en la que empieza el salmista a orar a Dios. ¿No es verdad que, muchas veces, cuando estamos en una situación desesperada o muy dolorosa, experimentamos que Dios no está cerca, que nos ha abandonado? Sin embargo, no es cierto también, que después clamamos a Él recordando las muchas veces que nos ha liberado de situaciones parecidas y acabamos alabándolo, ¿bendiciendo su nombre y entregándonos a él confiadamente y con la seguridad de que él nos auxiliará?
¡Pues ese es precisamente el mensaje del Salmo! ¡Es un mensaje de esperanza y confianza en la acción liberadora de Dios que nos rescata de todo mal! ¿No es verdad que así vivió Jesús, reconociendo siempre la presencia salvadora y consoladora de su Padre en medio del dolor y el sufrimiento humano?
Tal vez, según algunos eruditos estudioso de las Escrituras, Jesús no pronunció esas palabras en la cruz (los crucificados, después de haber sido torturados salvajemente, no tenían fuerzas ni para hablar), pero, sin duda, que la vida misma de Jesús es un grito de esperanza en medio del sufrimiento y la injusticia, un grito de reconocimiento a la presencia oculta e invisible de Dios que camina, siempre camina, en medio de nosotros.
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