Lo primero que debemos dejar bien claro es que el mal tiene diversos orígenes; el mal que surge de la libre decisión del hombre de vivir en contra de la voluntad amorosa y benéfica de Dios, el mal que proviene de la finitud y limitación propia de lo creatural (ya sea el hombre o la naturaleza) y el mal que surge de la acción tentadora del Diablo ante la cual sucumbe el ser humano.

Sin embargo, el dolor que el hombre percibe como mal y que no es fruto del pecado no tiene nada que ver con que Dios lo permita; es, simplemente, fruto de la propia naturaleza. Por ejemplo, si me accidento y me rompo la pierna, no es que Dios lo permita o que sea culpa de mi pecado. Si mi casa es arrastrada por el río, no es porque Dios me haya querido dejar sin hogar. Si muero de muerte natural, no es porque Dios haya decidido cortar el hilo de la vida. El universo y el hombre son creaturas, y, por lo tanto, imperfectas por naturaleza. Eso conlleva necesariamente el hecho de experimentar dolor.

Tampoco el dolor y sufrimiento que son fruto del pecado son culpa de Dios, tampoco es que él lo permita para castigarnos o como un método pedagógico para enseñarnos una lección. ¿Una madre o padre humano castigaría con dureza y crueldad a su hijo pequeño para que aprendiera una lección?  ¿O le enseñaría con paciencia y amor para que aprendiera de sus errores y así evitara el dolor o sufrimiento que le han causado?

Dios respeta la libertad del ser humano, simplemente porque él es Amor y el amor exige respeto absoluto a la libertad del amado. Pero la libertad conlleva responsabilidad. Asumir la responsabilidad de nuestros actos, aceptar las consecuencias, aprender de los errores y convertirlos en áreas de oportunidad es indispensable para crecer como personas. Es lo que hace Dios, deja que el hombre viva las consecuencias de sus acciones y aprenda que él es el único camino que lleva a la plenitud y la vida. 

Entonces, lo correcto sería decir que Dios permite que el hombre viva su libertad, asuma su responsabilidad y corrija el mal que causa a sí mismo y a los demás. Dios quiere y forja seres humanos maduros, libres, plenos, valientes y conductores de su propio destino, guiados y empoderados por el Espíritu, configurados en Cristo y en camino hacia el Padre. 

De cualquier modo, nuestro Dios no abandona al hombre en su dolor y sufrimiento; él es Emmanuel; camina con nosotros, nos redime, consuela, capacita, alienta, vivifica y rescata para llevarnos a las alturas de la vida divina, a la plena realización de nuestro ser. El mal no tiene la última palabra, la Palabra definitiva es de Dios y esa Palabra ya ha vencido al mal, nos ha hecho suyos y lo nuestro es el gozo, la alegría, el amor y la esperanza. Solo hay que decirle “sí” a su propuesta y dejar que su Espíritu nos transforme a semejanza de su Hijo.

Seamos libres y responsables, asumamos nuestras culpas, aprendamos de nuestros errores y construyamos juntos un mundo en donde el mal no reine, sino Cristo, el Señor. 

Jorge Arévalo Nájera

Jorge Arévalo Nájera es director de la Dimensión de Biblia de la APM, licenciado en Ciencias Religiosas por la Universidad La Salle y maestro en Ciencias de la Educación Familiar por el Instituto de Enlaces Educativos CDMX. Docente en La Universidad L Salle, IMDOSOC y diversas instancias formativas en el área de Teología Y Biblia.

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