Muchos hemos escuchado hablar sobre la eutanasia y sabemos que en algunos países (pocos) se permite esta práctica. Pero, ¿en qué consiste?
Este término se usa para describir una acción mediante la cual se le provoca la muerte a un enfermo terminal. Esa acción de terminar con la vida de un enfermo puede ser realizada por un familiar o por personal médico, en casa o en hospital.
Pero también hemos escuchado el término “muerte digna”. ¿En qué consiste eso? Hay quienes han confundido el término, y creen o quieren que la eutanasia sea denominada muerte digna, pero esto es incorrecto. Primero que nada tenemos que entender que la vida es el valor a defender, antes que la muerte; por lo tanto, es mucho mejor hablar de una vida digna hasta el momento que llegue la muerte.
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Por ello, retomando este concepto de “muerte digna“, podríamos definirlo como el conjunto de cuidados y atenciones multidisciplinarias, desde los puntos de vista físico, emocional, social y espiritual, que requiere una persona que enfrenta una enfermedad incurable o terminal, para eliminar el dolor y los efectos secundarios tanto de la enfermedad como de los tratamientos médicos que recibe, buscando con ello brindar una vida digna hasta el momento de la muerte.
Eutan
Como podemos ver, son conceptos diferentes el de la eutanasia y el de la muerte digna; lo que tienen en común es la búsqueda de eliminar el dolor, pero la gran diferencia es que la eutanasia busca eliminar el dolor, con la eliminación de la persona; mientras que la muerte digna, a través de los cuidados paliativos, busca eliminar el dolor dando a la persona la mayor calidad de vida posible.
Como creyentes debemos entender que cada parte de nuestra vida, inclusive aquella que podemos llegar a pasar de manera convaleciente por una enfermedad, es motivo para seguir sirviendo al prójimo, con nuestras oraciones, con nuestro ejemplo, con nuestro amor a todos aquellos seres queridos de los cuales en algún momento tendremos que despedirnos. Además, la enfermedad en muchas ocasiones nos da la oportunidad de prepararnos para la muerte, en el sentido material y espiritual, cuestión mucho mas difícil ante una muerte repentina.
No debemos caer ante la tentación de una falsa piedad, de adelantar la muerte a una persona que probablemente tenga que prepararse para ese momento de la entrega a Dios; debemos ayudar a prepararse. Y tampoco caer en el ensañamiento terapéutico, que consiste en mantener artificialmente la vida de una persona, causando extender sufrimientos, sin posibilidad de una cura a la enfermedad o una mejoría en la salud.
La muerte natural llegará en el momento adecuado, no la adelantemos ni hagamos sufrir más a una persona por una actitud personal de negarnos a aceptar la separación física.
En alguna ocasión, le pregunté a un sacerdote que si una determinada persona en estado terminal debía ser “desconectada” de los aparatos que le mantenían con vida, a lo que me respondió con otra pregunta: ¿Realmente era necesario conectar a esa persona a aparatos que le mantuvieran con vida?
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Hay muchos conceptos complejos en los últimos momentos de la vida, y puede haber muerte cerebral, que es muerte, mientras que puede haber estado de coma, que no es muerte. Es importante que nos preparemos en esta materia, pues tarde o temprano nos tocará tomar alguna decisión sobre un familiar o enfrentar la decisión para nosotros mismos.
Ayudar a una persona a despedirse de esta etapa de vida terrenal puede ser muy doloroso, pero a la vez, una etapa de mucho amor, de la cual nadie se arrepentirá nunca. Ojalá que los legisladores que intentan autorizar legalmente la eutanasia, entiendan la gran diferencia entre amar y servir al prójimo en lugar de caer en la comodidad de eliminar al doliente.
*Jesus Valdez de los Santos es Coordinador de la Comisión de Justicia y Paz de la Arquidiócesis Primada de México.
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