Conservar la calma es la mejor forma de responder a una crisis.
Una familia salió de paseo a un balneario. La hija más pequeña, de dos años, caminaba en un chapoteadero muy cerca de mamá, quien la observaba moverse en el agua, orgullosa de su consentida.
Todo estaba bien hasta que la pequeña resbaló y cayó de frente en el agua, agitando sus bracitos para tratar de levantarse. Pararse, gritar, tomarla del brazo y sacarla del agua fue todo un esfuerzo para su mamá. Con el hombro seriamente lastimado por el fuerte tirón, todos acabaron en una clínica cercana, entre llanto constante de la niña y desesperación de los adultos.
Tomar decisiones precipitadas, muchas veces nos lleva a pensar, decir o hacer lo que no debemos. Basta un segundo para arruinar una relación, una amistad, una vida.
Estamos viviendo tiempos en los que los problemas estarán buscando en quien descargarse. Vivir confinados, para muchos, está siendo un tormento agravado por la falta de dinero y el roce constante. Así, la crisis se extenderá, no por sí misma sino por sus efectos, volveremos al trabajo, a la escuela, pero mucho de lo dicho y hecho permanecerá en aquellos que han sido lastimados.
Estoy seguro que la mamá no quiso lesionar a su hija, su intención era salvarla de ahogarse, pero la precipitación y no pensar, la llevó a dañarla.
Dos segundos no hubieran importado, la niña a lo más hubiera tragado un poco de agua. Tal vez un minuto de llanto y después el día hubiera continuado en el balneario y no en el hospital.
En situaciones de crisis, conservar la calma puede hacer la diferencia.
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