Humberto fue a un estudio a tomarse la foto para su cartilla. Como tú sabes, esas no se deben retocar. Cuando Beto las vio, se quejó de lo feo que había salido.
El fotógrafo, entre broma y advertencia, le respondió: ¿Qué quieres? La cámara no miente. Parece que nos gusta ver el mundo a través de filtros. Los teléfonos celulares, con sus aplicaciones, pueden retocar en las fotografías muchas imperfecciones e incluso modificar los rasgos para hacerlos, por decirlo así, más agradables.
Las noticias que te aparecen en internet, son las que a ti te gusta leer, pues la red filtra las que no te interesan. Nos encanta que la vida sea a nuestro antojo y rehuimos la verdad.
Así, cada vez es más frecuente encontrarnos con personas “perfectas”. Conversando con ellas parece que no tiene fallas en nada y que todo lo hacen bien. Lo malo y lo negativo siempre está en los demás.
Viviendo una vida “retocada”, los errores se esconden tras la disculpa y la justificación, y se maquillan en la complacencia. Pero, así como un polvo cosmético puede ocultar una cicatriz, pero no la quita, e incluso la acentúa por no dejar respirar la piel y renovarse, también así, esos intentos por esconder los defectos suelen acrecentarlos, pues se desarrollan con la complacencia.
Volvamos con Beto. Cuando vio la foto de su cara con acné, no le quedó sino aceptar que muchas veces se iba a dormir sin lavarse la cara, a pesar de la insistencia su madre. Aceptó que lo feo que veía, en gran parte, era su responsabilidad.
Correo Alberto Quiroga: albdomquir@gmail.com
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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