Un paciente fue a un laboratorio por petición médica. Con la receta, le programaron los estudios y las pruebas. Los resultados le llegaron por correo y sin saber nada de medicina, los revisó y vio que todo estaba dentro de los parámetros. Se los llevó a su médico, quien los observó con extrañeza. No le cuadraba lo que él había observado con los resultados.
El paciente, molesto, escuchó al doctor mientras pensaba que a fuerzas lo quería enfermar para cobrarle.
Sintiéndose bien, dejó la consulta y siguió con su vida normal por algunos meses hasta que la desmejora fue evidente. Entonces acudió a otro médico que le mandó los mismos estudios. Los resultados revelaron varios puntos graves.
Un pequeño análisis del asunto los llevó a pensar que en el primer caso, seguramente por negligencia, le habían mandado los resultados equivocados, y como éstos le favorecieron, el paciente los aceptó como buenos para creer que estaba bien. Pero su mal siguió avanzando.
Si los resultados, aun siendo falsos, nos favorecen, solemos aceptarlos. Es por eso que no nos incomoda estar con una persona deshonesta siempre y cuando tenga dinero y no nos afecte, aun si sabemos que su dinero ha sido producto de dañar a los demás.
Nos gusta comprar cosas robadas, pero no que nos roben y podríamos seguir con muchos más ejemplos.
Si ante algo evidentemente malo, nos engañamos, aparentando que no pasa nada, resultará que si pasa, porque el mal no se detiene por cerrar los ojos, al contrario, toma más fuerza.
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