Doña Alicia pasó sus últimos 20 años muy preocupada por lo que podía pasar con sus niños cuando ella muriera. Falleció a los 82 pero desde los 60, cuando se sintió envejecer, le comenzó a atormentar ese pensamiento.
Quienes la escuchaban reían internamente, a los 60 sus “niños” ya tenían todos más de 30 años y cuando murió, todos pasaban de los 50. Murió, la vida siguió, la extrañaron al principio, pero después todos siguieron con su vida, no la olvidaron, obviamente, pero tampoco sufrieron más allá de lo que se puede sufrir y continuaron.
Alicia pasó más de dos décadas pensando que sus hijos sufrirían mucho y eso a su vez la hizo sufrir, cada reunión, en lugar de divertirse, se imaginaba que pasaría cuando ella ya no estuviera, se imaginaba que todos estarían tristes por su partida, que se acabaría la música y que sería casi imposible para ellos poder vivir sin su presencia.
Nadie se tomó el tiempo para decirle que tal vez en su supuesta preocupación había un tinte de soberbia, al pensar que era tan imprescindible para casi detener la vida familiar cuando ella faltará. En su inquietud también escondía un egoísmo, cuando recurrentemente se metía en las conversaciones intentando acaparar la atención hacia su intranquilidad, metiendo en las reuniones, un ambiente de tristeza por su partida de este mundo.
Murió Alicia y todo continuo. Sus hijos la recordaban con frecuencia, pero no como una mujer alegre, sino como una madre siempre preocupada por saber que iba a pasar cuando ella se marchara.
Correo Alberto Quiroga: albdomquir@gmail.com
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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