Una mañana, me detuve en un puesto callejero a comprar una torta de tamal. Se adivinaba el buen sabor, pues había mucha gente alrededor.
En lo que llegó mi turno y me atendieron, observé a unas cuarenta palomas que, alrededor del puesto, esperaban ansiosas a que la dueña le quitara el migajón a los bolillos para meter el tamal y les arrojara
los restos para que comieran.
Cada torta equivalía a una ración de migajón, que la dueña del puesto aventaba, en ocasiones a la izquierda y otras a la derecha. Algunas de las palomas, corrían de un lado a otro y torpemente, buscaban que ninguna más, aparte de ellas, pudiera comer del migajón, ocasionando disputas entre las que no estaban dispuestas a compartir. Había suficiente, pero las más fuertes se peleaban.
También había otras palomas que no luchaban, sino se acercaban a las que sí lo hacían, comiendo las moronitas que salían volando. Su habilidad les ayudaba a alimentarse sin pelear, pero eso sí, recogiendo solamente las migajas, y en varias ocasiones, los trozos de migajón que salían volando caían en charcos sucios o en el arroyo vehicular donde las llantas de los autos los aplastaban.
Como esas palomas, la soberbia puede llevarnos a buscar aplastar a los demás, pasándoles por encima; por otro lado, el abuso nos lleva a aprovecharnos de las peleas de otros para sacar ventajas.
Pelear y aprovecharnos de las peleas de los demás, nos lleva a alejarnos de los valores de la caridad y la solidaridad.
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