Alegrarse de la desgracia ajena no es algo nuevo. Partiendo acaso de la envidia y el egoísmo, que a alguien le vaya mal es atractivo para muchos. Nos encanta enterarnos del mal ajeno.
Hace muchos años escuché la frase: “Hay malas noticias, son buenas noticias”, de boca de un periodista que se alegraba de una desgracia sucedida porque tendría tema sobre el cual escribir.
Es una realidad que el sensacionalismo vende y que las malas noticias suelen tener mucho más interés que las buenas. Una desgracia o tragedia, aun siendo inventada, llegan a ser mucho más atractivas para su lectura que un buen suceso, como un descubrimiento científico, un avance tecnológico o la obra de una persona filantrópica que está haciendo el bien.
No todo en esta vida son malas noticias. Como católicos, la lectura del evangelio debe (o debería) ser frecuente y por ello en la misa es la lectura principal. Es precisamente el evangelio, cuyo significado etimológico es jústamente Buena Nueva o Buena Noticia, el anuncio directo de Jesús que el día de hoy sigue totalmente vigente.
Es la distracción de muchos de nosotros lo que nos lleva a olvidar esa Buena noticia, sobre todo cuando nos dejamos ganar por las malas noticias, debido a que ocupan muchísimo más espacio que las buenas
Comentemos y transmitamos esa buena noticia que es el evangelio, seamos promotores de la alegría de la salvación y anunciemos de esta manera el evangelio que Jesús nos regaló hace 2000 años y que sigue vivo entre nosotros.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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