Vivimos en una era, en la que el discurso de los derechos humanos, tan sonado últimamente, convive paradójicamente, con una mentalidad que justifica la eliminación de vidas humanas. Bajo términos como “planificación familiar” se esconde una realidad sumamente preocupante: la reaparición de la eugenesia.
En el siglo XX, esta ideología se aplicó abiertamente mediante políticas de esterilización forzada y eliminación de personas consideradas “inferiores” por razones raciales, genéticas o sociales como ocurrió en la Alemania nazi o en Estados Unidos. Hoy la eugenesia adopta nuevas formas, “más sutiles”, pero igual de peligrosas. Estas prácticas, disfrazadas hoy de progreso médico, buscan determinar quién merece nacer y quien no, basándose en criterios de discapacidad, sexo, origen social e incluso expectativa de éxito.
El pretexto más normalizado, es el aborto selectivo en caso de discapacidad, como el síndrome de down. Islandia, por ejemplo, reporto que casi el 100% de los embarazos que son diagnosticados con este síndrome, son abortados (Belluck, 2007). Lejos de ser un logro científico, este fenómeno refleja la triste mentalidad utilitarista, que mide el valor de una vida según la “perfección biológica” de ésta. No se elimina la condicion, sino, a la persona que la porta.
Pero la eugenesia moderna no se limita a los diagnósticos genéticos, en países como China e India, el aborto selectivo por sexo ha provocado un desequilibrio demográfico alarmante. La preferencia cultural por varones ha llevado a millones de abortos de fetos femeninos, especialmente en comunidades rurales o de bajos recursos.
Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, 2020), se estima que al menos 140,000 millones de niñas, han sido asesinadas antes de nacer debido a la discriminación prenatal. Esto constituye una forma brutal de violencia contra la mujer, incluso antes de que pueda llegar a tomar su primer aliento.
La pobreza, también se ha convertido en una mediocre justificación para desechar vidas humanas. Hoy en día, se ofrece el aborto como “solución” para madres de bajos recursos, en vez de brindar un apoyo real. Margaret Sanger, fundadora de Planned Parenthood, la red de clínicas abortivas más grande del mundo promovía abiertamente ideas eugenésicas al señalar que ciertos grupos sociales no deben reproducirse (Sanger, 1922).
Aunque el lenguaje se ha suavizado, el mensaje sigue siendo el mismo: los pobres no deberían tener hijos si no pueden garantizarles cierto estándar de vida. Mentalidad no solo discriminatoria y clasista, sino profundamente deshumanizante.
Además, la fertilización in vitro y la manipualción genética, lejos de ser soluciones éticas, han intensificado esta lógica de selección. En estas clínicas, se descartan embriones a diario por no tener “el sexo deseado” o simplemente no cumplir con todas las expectativas de los padres. Esto, socava la igualdad de las personas de maneras inimaginables.
La ciencia ya ha demostrado que la vida humana comienza desde la concepción, con un código genético único e irrepetible (Condic, 2014). Esto significa que cada embrión descartado, cada niño abortado por su sexo o discapacidad, es un ser humano con dignidad propia. Debemos denunciar estas prácticas como lo que son: formas modernas de eugenesia, que dividen al ser humano, entre los “dignos de nacer” y aquellos que deben de ser eliminados.
Finalmente, es importante tenerlo en claro, el verdadero progreso no consiste en diseñar vidas “perfectas”, sino en construir una sociedad donde toda vida sea acogida, protegida y tratada con dignidad, especialmente la más frágil. Empezando, por tratar con igualdad y dignidad a todo ser humano, recordando, que todos tenemos derecho a la vida. Es de suma importancia, entender que el avance de una civilización se mide no por su capacidad de elegir a los más aptos, sino por su compromiso con los más vulnerables.
Elisa Rubio Nuñez, Voluntaria Pasos por la vida CDMX.
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