Recibía la parroquia de la Sagrada Familia a una delegación de más de 100 representantes de la Comisión Nacional de Pastoral Familiar, y esa noche otoñal brindaba en el claustro de la Iglesia, una exquisita cena a los distinguidos invitados, venidos de todas las diócesis de la República.
Al inicio de la velada el párroco anfitrión, orondo, les dio la bienvenida, y dijo que la cena era ofrecida por el grupo de adultos mayores que representaban la crema y nata de la comunidad parroquial, las mismísimas fuerzas vivas.
A mitad de la noche, las pobres señoras del septuagenario grupo sudaban la gota gorda, intentando hacer rendir las tortillas rojas, las papas y el queso, para armar la mayor cantidad de enchiladas que fuera posible, porque la demanda nomás no paraba.
Tuvieron que ir por más vasos y hielo para que alcanzara el agua de jamaica. El feliz párroco, quitado de la pena, cantaba y departía, echándose sus buenas quesadillas con agua de horchata, deleitando a las visitas.
Al final de la estresada noche, Doña Juanita, la coordinadora del Grupo llamado Anochecer Dorado, tomó la palabra, agradeció la vista, el apoyo del párroco, y la oportunidad de servirlos, aunque no habían alcanzado los tacos, reafirmando lo que con tanto orgullo había dicho antes el señor cura, que efectivamente, las que sirvieron, habían sido las fuerzas “casi” vivas de la comunidad.
FB:/MonsAlfonso
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