Hace algún tiempo, el padre Oscar de Monterrey y un servidor (en ese entonces, yo trabajaba en la Ciudad de México), asistimos a una reunión internacional celebrada en la casa de retiros, en Lago de Guadalupe, en Izcalli, Edo de México. El primer día, después del desayuno, nos metimos a uno de los salones del primer piso de ese imponente centro de convenciones.
Charlamos en ese lugar un par de horas sobre diversos asuntos pastorales hasta que dio el break, y comenzaron a bajar los asistentes a la sala del café (contiguo a nosotros). Como pasaban por fuera del salón donde estábamos haciendo mucho ruido, cerramos la puerta, para poder concluir nuestra acalorada conversación. Al terminar nos levantamos y pasamos a retirarnos (hacía frío, nos urgía un café), pero “oh, oh”, cuál no sería nuestra sorpresa: la puerta estaba atrancada.
El padre Oscar rápidamente intentó abrir con una tarjeta de Liverpool, pero no pudo, intentó, con una tarjeta de Sears, tampoco, ya empezando a sentir claustrofobia, quiso intentar con una tarjeta VISA Master Card, pero se arrepintió, ni pensar hacerle la lucha con un billetito de 500 pesos (somos regios); un servidor intentaba en vano golpear los cristales de colores para ver si alguien nos oía, pero nada, todos estaban ocupados con sus galletas, su plática y su tacita de café.
A punto de la angustia, saqué una tarjeta de Soriana, mientras el padre Oscar desesperadamente se comunicaba con el organizador del evento, para preguntarle si de casualidad se encontraba en el vestíbulo donde se servía el café.
En eso milagrosamente pude abrir la puerta, haciéndole un torniquete a la tarjeta; para entonces, ya toda la gente estaba afuera, el organizador internacional del evento, una monjita de Polonia que trabaja en Cuba, varios secretarios generales de Latinoamérica y Europa, algunos reporteros que cubrían el encuentro, y no sé cuántas personas más; cándidamente, nos pregunta uno de los muchachos de mantenimiento, que llegó corriendo: ¿por qué no salieron por atrás, hay una cortina de plástico que los conduce al patio?
Yo, azorado, le digo al padre Oscar, – ¿pues, tú eres el creativo, no? – El padre Oscar, atónito, se me queda mirando y luego voltea a ver a la multitud, y espontáneamente les dice: – a mí no me miren, yo no juego de local.
Qué oso, pensé. Fin.
TW:@monsalfonso
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la Fe.
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