Era una espléndida noche de viernes, con un clima envidiable, la cena y las copas servidas, y todos bien acomodados en la terraza de la enorme hacienda del dueño y señor del pueblo, llamado Don Máximo.
Ahí se encontraban los personajes más ilustres e influyentes del lugar, entre ellos el señor Cura de la parroquia que el primero había mandado construir
En eso Don Max, como le llamaban, con un caballito en la mano, tomó la palabra, y delante de todos, con la hilaridad a flor de piel, de sopetón le suelta al padrecito:
Padre, devuélvame los 200 pesos que le dí el domingo por la bendición de mi camión nuevo.
– Pero ¿por qué don Max? ¿ahora qué le pasó?
Pues tan pronto lo bendijiste, y que me chocan a mi trabajador.
– ¡Ay Don Max! Y ¿qué culpa tengo yo, de que sus trabajadores no sepan manejar? Le contestó a quemarropa el padre José.
Padre, si no sabes hacer bien las cosas, mejor no las hagas, – le dijo Don Max, con tono medio burlón, – primero aprenda y luego bendisca.
-Vergüenza debía de darle Don Max, por haberme dado nada más 200 pesos, – le espetó- ¿qué quería?, antes diga que le fue bien con el chistecito, – remató el cura-.
Jejeje, rió nerviosamente Don max, diciendo… nunca le gano a este padrecito.
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