Hacía mucho que no leía un libro brillante cuya temática fuera la gracia y la vida sacerdotal. Se trata de un clásico francés de la literatura cristiana, escrito en 1936 por George Bernanos, y citado en múltiples libros de espiritualidad. Denso, complejo, singular, profundo, y un poco difícil en su redacción y traducción. Lo leí en línea.
Me capturó desde el principio, y me sentí muy identificado con el protagonista en sus dilemas, circunstancias personales y experiencias pastorales, sin embargo, el fondo emocional de este personaje, aunque a través de él, trasluce una hermosa sensibilidad e ideas brillantes, mostraría aparentemente una personalidad opaca, sombría, no del todo atrayente vocacionalmente hablando, pero que en el fondo proyecta una luz nítida y sabiduría, humanidad y gracia, confianza y serenidad, por lo que me pareció fascinante
Esta obra y la vida de su protagonista, me recuerda la historia de aquel humilde sacerdote de pueblo, muy criticado por propios y extraños por su debilidad para tomar, pero a diferencia de tantos, un buen día, en el barrio pobre de su parroquia, donde se reunía a rezar y convivir un grupo juvenil, llegó una banda de criminales a matar a algunos de ellos, y este humilde padre, como pocos lo habrían hecho, se interpuso entre sicarios y muchachos, anteponiendo su pecho y su sotana, y con su osadía salvó todas sus vidas.
“Lo que hace grande a la Iglesia, no es la virtud natural de sus miembros, sino el triunfo del Resucitado, que brilla a través de la escandalosa debilidad de sus siervos”. Suscribo hasta las entrañas estas palabras que expresan y resumen cómo vivió el protagonista de nuestra historia, recogidas del Prólogo escrito por José Luis Restán.
Novela acogedora que habla bellamente del alivio y compañía que ofrece la amistad sacerdotal, la cual nos sostiene, tantas veces, ante las dificultades y oscuridades del ministerio pastoral.
Sobresale sin lugar a dudas, el diálogo entre el cura rural y la condesa, que constituye uno de los cuadros dramáticos más impresionantes de la literatura cristiana.
La obra concluye con palabras extenuantes, pero al mismo tiempo soberbias y esperanzadoras, que reconfortan ante cualquier desenlace (que omito para invitar a su lectura), por más duro y difícil que parezca: “Todo es gracia”.
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