Sentadas en una charla de sobre mesa aquella noche de otoño, discutían varias vidas, acomodadas alrededor de la vida eterna, que era la invitada especial.

Yo no sé para qué preocuparse tanto por la vida, no vale la pena, decía la vida fácil.

Así es, todo pasa, nada queda, lo que importa es el momento, el instante, le secundaba la vida pasajera. Pues para mí, da lo mismo, intervenía la vida ordinaria, todo da igual, nada es importante.

En eso entra bailando la vida alegre, repartiendo copas, y diciendo: diviértanse, disfruten el momento, el mañana no existe. Y detrás de ella, y sirviendo el vino, la vida galante completaba, hay que vivir el placer, lo demás es lo de menos.

Con poca luz y en el rincón sombrío de la sala, se encontraba la vida solitaria, sin sonrisa y sin felicidad, quien les compartía que, sin amor y sin compañía, no vale la pena vivir.

Y sin dinero menos, decía la vida pobre e interesada. Y sentada y sin buscarlo no te va a llegar, arremetía con ahínco la vida práctica y mundana.

En medio del barullo se vio entrar en el comedor, confundida y desorientada, a la vida disoluta, diciendo: no sé a dónde ir, estoy perdida; y al instante se le acercaron la vida alegre y galante para, perderse con ella.

La vida elegante, por su parte, altiva y arrogante, solo veía con desdén a las demás, ya que a todas conocía. Y finalmente la vida triste y desesperanzada, abatida sobre la bruñida mesa, agonizaba en su pesar y su melancolía.

Ninguna de las otras vidas invitadas y ahí presentes, dijeron: esta boca es mía.

Pues sin un anhelo y sin ilusiones, la vida acaba – empezó a hablar con serenidad y entereza, la Vida Eterna- captando de inmediato la atención de todas –. Pero, si siempre tienes por quien vivir, por quien luchar, la vida tiene sentido, y más si descubres que las cosas más bellas, como la libertad, se conquistan todos los días.

La vida es maravillosa, con todo lo que Dios ha puesto de riqueza y hermosura en cada una de nosotras,
además de los mil retos que nos ofrece, como la construcción de la paz, que desafían toda nuestra inteligencia y creatividad. Así como las dificultades que también existen, pero que nos hacen madurar, y ponen a prueba nuestra fortaleza y valentía.

Hay muchos tesoros escondidos por descubrir, y nuevos horizontes por explorar, pero están puestos para los espíritus más altos, y para aquellas capaces de arriesgarlo y apostarlo todo.

Y qué decir de los ideales y sueños, por los que se gasta con pasión, todo el cuerpo y el alma. Y por los que valen la pena, incluso, entregar la misma vida.

Y por encima de todo esto que he dicho, dijo la Vida Eterna con un suspiro, está el amor, el inconmensurable amor, tan bello, que es capaz de llenar completamente un corazón, una vida y toda una eternidad.

*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la Fe.

Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola

Es Obispo de la diócesis de Piedras Negras

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