Dentro de ocho años se conmemorarán 500 años de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Los niños que hoy están en tercero de primaria estarán casi concluyendo la preparatoria. Aquellos que nacimos a mediados de los años setenta, estaremos conmemorando 50 años de haber entrado a la primaria.

Y así, llegamos un poco más allá de la mitad de esta carretera, como dijera Drexler, con una historia compuesta de estrellitas en la frente, tachones en el alma, sellitos tanto de buen comportamiento como de llegar tarde a las oportunidades; también de experiencias compartidas en el patio de la realidad, excursiones en trabajos que nos han hecho ver la verdadera cara de la humanidad.

Hemos recibido monedas para gastar y comprarnos aquellos dulces que nos alegraron en la juventud, fuimos a surtir la lista de útiles que nos ayudarían a consignar los mejores momentos de todas estas décadas recorridas.

Llevamos aquella bendición de mamá, de papá, de los abuelos para cruzar la puerta donde experimentamos la libertad, de ya no estar con ellos y, sin embargo, llevar sus enseñanzas que nos han servido como un GPS en nuestro caminar.

Y en todos estos años, ¿Cómo ha cambiado nuestra forma de mirar el mundo desde que hacíamos los palitos parejitos y nos ponían un garabato colorado? ¿Hemos descubierto y experimentado la mano de Dios en todos estos años? ¿Seguimos creyendo de la misma manera en Él que cuando ibas al catecismo para hacer tu primera comunión?

Algunos contestarán que ya maduraron y que “ya no creen en esas cosas”; otros habrán seguido religiosamente el cumplimiento de los “mandamientos de la Iglesia”, otros como aquella parábola que consignara San Lucas en el Evangelio (según él) donde el Padre le dio la mitad de su herencia y se fue, se marchó lejos, y no sólo gastó una buena fortuna, sino que experimentó la falta de identidad, de pertenencia, de acogida, de sentido y decidió regresar.

Tal vez, algunos contesten desde el resentimiento como aquel hermano: “te alegras con ese… y a mí no me das nada”; o con la frustración de aquellos en el camino de Emaús: “nosotros esperábamos”.

Acerquémonos al Maestro, escuchemos su Palabra para que nos haga notar su presencia en el camino recorrido, y que su Espíritu nos guíe para reencontrarnos con él y aprender a ser mejores prójimos con los demás. Siempre de la mano de la Madre que con nosotros, por el Camino, también va hacia el 2031.

Más artículos del autor: Foto con rostro serio

*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Abraham Flores

Educador. Casado y padre de tres hijos. Ingeniero químico con estudios de filosofía, antropología, teología e impro teatral. Desarrollador de procesos creativos para empresas, instituciones (eclesiales y gubernamentales), organizaciones de la sociedad civil. Evaluador de proyectos de inversión y consultor en procesos de desarrollo del cliente. Flp 4,13.

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